22.8.24

La ergofobia, miedo a trabajar. Síntomas y soluciones

Recientemente he descubierto casi sin querer  el término Ergofobia. Es decir, el miedo a todo lo que tiene que ver con el puesto de trabajo. 

Un serio problema en estos tiempos en los que mantener tu puesto de trabajo es complicado y nos cuesta mucho esfuerzo, y no siempre por ti mismo. 

El problema de ansiedad que acompaña a la ergofobia puede sucedernos antes de ir a trabajar, durante las horas de trabajo o después de la jornada laboral.

Acudir al lugar de trabajo se convierte en un miedo a veces irracional, pero no solo sucede en personas que ya tienen un puesto de trabajo en el que no se sienten cómodos, también se da en personas en búsqueda de empleo que hayan pasado en otros trabajos por cualquiera de estas situaciones:


  La posibilidad de ser despedido ante cualquier error que se pueda cometer.

  Autoridad de sus superiores

  Mal ambiente de trabajo

  Hablar en público en una reunión

  Presión para conseguir objetivos

  Falta de motivación.

  Tareas repetitivas, o incoherentes

 

Esta fobia, la ergofobia, nos lleva un problema aún más serio y que es la falta de medios económicos, pues nuestro empleo es muchas veces nuestra única forma de ingresos. Pero también surgen problemas familiares, aislamiento social, ansiedad...

La sintomatología de la ergofobia es muy diversa. Una persona con este miedo podría experimentar cualquiera de estos síntomas:

 Latido acelerado del corazón y aumento de la frecuencia cardíaca sobre todo cuando se acerca el horario laboral.

 Respiración rápida y sensación de ahogo.

 Sudoración excesiva.

 Boca seca.

 Ataques de pánico.

 Malestar estomacal y dolor de cabeza.

 Tensión muscular.

 Sensación de irrealidad.

 Angustia y dificultades para dormir con calidad.

 Pérdida de la concentración en el trabajo.

 Conductas evitativas del trabajo fuera de su horario.


Para superar la ergofobia es conveniente acudir a un especialista quien nos podría recomendar una exposición controlada a este miedo, ofreciéndote herramientas, para afrontar la ansiedad que este problema, la ergofobia, te pueda provocar.

Necesitamos aprender técnicas de relajación y de controlar el estés emocional, no pensar siempre en los posibles errores que se hayan podido cometer con anterioridad, tener una formación laboral lo más amplia posible para ganar seguridad, disfrutar de tus tiempos libres y sin teléfonos que nos tengan conectados, y aprende a pensar en positivo, y olvidarte de los pensamientos de fracaso.


Nosotros somos lo único que tenemos

No nos debe preocupar nada o mucho menos lo que opinan los demás de nosotros. Tenemos margen de maniobra entre "Nada" y "Muy poco". Y en cambio nos tienen que preocupar mucho más lo que opinamos nosotros de nosotros. 

Nosotros somos lo único que tenemos. Y eso no es ser egoísta. 

Ser egoísta depende del uso que hagamos del "YO" y no de creer que somos lo único que realmente tenemos. Debemos querernos más, respetarnos más, valorarnos mucho más. Y eso no es ser egoísta.

Incluso diría que las personas que se quieren o respetan poco o muy poco a sí mismas, pueden ser más egoístas que el resto. 

Y sin duda más peligrosas, pues creen que les rodean y les atacan, cuando son ellas mismas —al no ponerse en valor— las que ven enemigos por todas partes, y sienten la necesidad de tener que defenderse.

Volvamos al principio. Pongámonos en valor nosotros mismos, y de esa manera podremos repartir hacia los demás nuestro positivismo, nuestra capacidad de pensar que sí es posible ver soluciones.

Hay una tendencia curiosa en estos tiempos, en contraposición a lo comentado anteriormente, y que es volver al primitivismo, pero bien entendido. 

¿Y si fuéramos más primitivos, más como nuestros ancestros, a la hora de entender la vida, la relación, la convivencia?

Durante siglos hemos tenido muy claros quien eran nuestros enemigos —los de fuera—, y en quien deberíamos confiar —los de dentro—. 

No desconfiábamos de todos, era imposible pues estaban muy cerca, los teníamos al lado en la silla de la calle, en la tienda del pueblo, en la huerta compartiendo el agua, en el trozo de campo a donde todo el pueblo iba a cagar por sexos. 

En esos tiempos estaba muy claro el odio y la amistad. Ni todos eran buenos ni todos malos. Y cada uno se tenía que defender a base de ponerse en valor. 

Ahora todo se ha ido convirtiendo en pequeños espacios cerrados en vez de en lugares muy abiertos, y nos cuesta detectar a los buenos de los malos, y en ese error no sabemos valorarnos bien. Y para defendernos creemos a veces que lo mejor es pensar que todos son malos. 

Si cada uno de nosotros somos solo un poco mejores a base de serlo con nosotros mismos, podremos repartir mejor esa tranquilidad social que se necesita.