10.1.24

El placer de leer o escribir en papel

Deberíamos redescubrir el placer de escribir por escribir, o incluso, simplemente el placer de leer papel, por leer.


E insisto en esto de leer en papel porque creo que el placer tiene medidas, y leer en papel no es lo mismo que leer en pantalla. 

El tacto e incluso el olor también cuentan.

Como comentaba el otro día un buen escritor aunque con otras palabras, el libro tiene papel, tipografía y diseño, tapas y encuadernación, tiene tamaño y grosor.

Incluso un libro huele a libro.

Escribir es lo mismo de lo mismo. Debemos reencontrarnos con la escritura caligráfica, manual. Volver ligeramente al menos, a escribir a mano. A una mano. Con pluma estilográfica si es posible.

Yo ya hace alguna década que empleo tinta de estilográfica. Negra o rojo sangre. 

La pluma tiene un tacto único, un trato con el papel inmejorable, suave, sencillo. 

La tinta de la pluma parece viva, tú mismo la manipulas, la llenas, la cuidas, la eliges de color y grosor.

Hay que redescubrir el placer del placer sencillo, el antiguo gozo de la sencillez, de la elección personal por las cosas que nos rodean. 

Muchos de nosotros estamos rodeados de libros que nunca podremos leer. Compramos o nos regalan más libros de los que tal vez, podamos leer nunca. 

Pero poseer un libro es un lujo de afortunado, por eso debemos platicar sin miedo, que los libros en papel son un gozo a cuidar.

Mañana no me voy a comprar el periódico aunque sé las diferencias entre leer noticias en la pantalla y en papel. A veces me tengo que rendir. 
Creo que ya estoy demasiado viejo para rebelarme.

Quedó atrapada la hoja de la libertad


Inexplicablemente la hoja quedó atrapado ella sola, y después de estar toda la primavera y verano haciendo bien su trabajo desde el árbol, llegó el inevitable momento de su caída y el destino no le dejó cumplir con su marcado futuro. 

No llegó al suelo.

Siguió casi viva después de muerta, porque quedó atrapada a la vista de los demás; porque no quedó perdida entre miles de iguales hojas en el suelo, listas para ser pisadas y recogidas.

No sabemos —ni ella ni yo— cuanto tiempo aguantará en esta posición; yo todas las mañanas la veo a través de mi ventana del trabajo y la sonrío; ella acostumbrada a las nieblas no lo hace, pero ayer brillando ligeramente por un sol que quiso pintarla, se atrevió a dar matices alegres a la alambrada.

Nunca se sabe cuando se muere del todo.

Nota.: Esta hojita, amiga de un tiempo, la viví en el año 2009, hace un siglo, una vida. Yo estaba en otros mundos de todo tipo. Curiosamente ahora en 2024 la recojo y le vuelvo a dar velocidad, principalmente en su recuerdo. Y en el mío. Sé perfectamente en cuantos momentos la seguí y desde dónde. Con qué personas. Otros tiempos…, sin duda.