Hace unos meses una conocida, soy de las que distingo entre conocidos y amigos, me hablaba de cómo una ¿amiga? le había decepcionado después de los años. El ghosting (esto que está tan de moda y que practican los cobardes) fue la respuesta que recibió a sus whatsapp y mensajes. La razón fue sencilla, su amiga ya no la necesitaba. Esta se había echado una pareja —¡qué bonita es esta expresión!, echarse una pareja como mi bisabuelo se echaba un tapabocas cuando transitaba por el somontano moncaíno— y parece ser que la amistad interesada había llegado a su fin.
En estos tiempos líquidos, como ya dijo el sociólogo Zymunt Bauman, pretender tener la solidez de antaño donde existía la verdadera ética y el verdadero trabajo de cultivar una amistad y un amor han pasado por la guillotina del ahora y rápido.
En el amor ocurre lo mismo. Solo el que no está hecho de interés y necesidad es el que perdura. Amor por el bien de lo que se elige amar. Puede ser a una persona, a una mascota, a la naturaleza, a una afición, a un amigo, a la soledad, al silencio o hasta estar tumbado en el sofá. Aquí es donde hay que hacer una distinción, porque se confunde amar con desear, encapricharse, fardar y, lógicamente, necesitar o interesar por motivos indignos o poco satisfactorios.
Siempre me mosquea cualquiera que me diga que tiene muchos amigos y ha tenido muchas parejas. Todas estas personas tienen un rasgo en común, un miedo exacerbado a la soledad. Y aquí está el quid de la cuestión: vivimos en tiempos donde estamos intercomunicados artificialmente pero vivimos separados emocionalmente.
Por tanto, hay que huir de los amores y amistades interesados, desesperados porque solo dan la fluidez y la fragilidad de sentimientos mezquinos, egoístas que llevan a la ruina del espíritu. Y esto es lo último que uno debe hacer en la vida. Luego están los falsos profetas, pero de estos huid como de la peste. ¡Perdón, de la Covid! Los tiempos evolucionan...
OLGA NERI