Mis padres siempre me repitieron la misma matraca de pequeña: Cuando alguien te comente algo sobre alguien o algo, que por un oído te entre y por el otro te salga. Así que, con esta costumbre sana de ver más allá de las apariencias, una, y no es por ponerme medallas, es poco dada a las manipulaciones y menos aún influenciable. Observo que a mi alrededor desde las cuestiones más cotidianas a las más trascendentales las personas son carne de manipulación. Y aquí es cuando hace acto de presencia la política.
Hace unos días terminé el libro de Varoufakis, Comportarse como adultos, donde a cada página que pasaba le entendía y me confirmaba las percepciones íntimas que tengo acerca de la deriva del mundo. No niego que me sulfuraba y me pillaba unos enfados introspectivos, lo diré así por no usar palabrotas, que me hacían recordar a todas las personas falsas que han pasado por mi vida. Se obraba el efecto de la magdalena de Proust.
En definitiva, no me creo a Otegui. Ni perdón, ni remordimientos. Táctica política pura y dura. Limpieza de imagen.
Otegui es actualmente el político más líquido del panorama actual español.
Cuando lo vi en su comparecencia, me vinieron a la mente las palabras que la gran periodista, Oriana Fallaci, escribio en su libro Un hombre de su pareja y líder griego, Alekos Panagoulis, que sufrió las más cruentas torturas por luchar contra el régimen militar en Grecia: Si para defender una ideología, tienes que matar, esa ideología no sirve. ¿Alguien se lo puede decir a Otegui?
OLGA NERI