Comemos mal porque comemos mucho más de lo que necesitamos, porque acudimos en exceso a comidas preparadas, con mucha sal, alimentos totales poco variados, con mucha azúcar fácil de digerir, con malas grasas, y bebiendo poca agua y tomando poca fibra lo que no permite una evacuación de residuos de forma correcta. Las horas que permanecen los residuos en nuestro cuerpo también engordan.
Debemos comer cuatro o cinco comidas fijas y no excesivas todos los días y no picar entre horas. Un desayuno fuerte con un lácteo, una grasa y un hidrato de carbono. Una fruta con un pequeño bocadillo de jamón cocido o un huevo cocido, algo de mermelada y una tostada acompañando un café con leche sirve perfectamente como idea.
Luego debe venir una comida potente pero sin una gran cantidad de alimentos. Hay que comer menos cantidad. Si comemos a las 2, una merienda a las 6 encaja perfectamente, pero sin pasarnos. Una fruta, una galleta, una infusión, algo sin excesivas grasas.
Hay que reducir grasas, aceites, dulces, panes, algo de sal, productos precocinados de los que desconocemos la sal y grasas desconocidas.
Si nuestra alimentación es variada, siguiendo en la línea de la dieta mediterránea, no será necesario ningún añadido en forma de vitaminas o minerales, pero debe ser variada con mas verdura y fruta. No es lo mismo un zumo natural que una fruta entera pues lo primero no lleva fibra y lo segundo si.
Y recordar que todas estas dietas “milagro” que anuncian como maravillosas o incluso algunas de las dietas lentas pero que suprimen algún tipo de alimentos, al final suelen dejar dos problemas. Un efecto rebote en cuento se dejan de hacer y posibles problemas renales o de hígado si se mantienen durante mucho tiempo.
Comer de todo, pero comer la mitad. Ya lo decía Grande Covían en sus enseñanzas.
