15.8.20

¿Y los científicos para cuándo harán bien su trabajo?

Tal vez toque empezar a ser exigentes también con los científicos mundiales ante una pandemia que no ceja, sino al contrario se alimenta ella misma. Seguimos en los más de 250.000 casos diarios de contagios en todo el mundo, mientras los miles y miles de científicos que se dedican a estudiar el problema no son capaces de dar soluciones. Incluso entre ellos se contradicen.

Ahora en España otra vez nos ponen los gestores políticos toda una larga retahíla de normas y recomendaciones, mientras el papel de los científicos sigue sin estar cuestionado. Y lo digo con sinceridad. Está bien poner normas que en realidad atacan a las libertades individuales, puede que sean necesarias aunque el precio que se paga es muy alto. Aunque la sociedad se cansa, se inactiva, se agota.

Pero… ¿cuándo vamos a empezar a decir que el Sistema Sanitario e Investigador del mundo mundial no está a la altura de lo que se espera de ellos?

Sin duda es posible que los recortes, que los sueldos, que la formación, que la burocracia, que los controles excesivos para no pisarse patentes, que… es posible. pero soluciones reales (casi) ninguna y normas que se consideren oportunas, menos todavía.

Ayer un conocido médico televisivo salía en horario de millones de personas mayores a decir que lo que tenía que hacer el Gobierno era prohibir todos los transportes públicos. Matar moscas a cañonazos. Sin duda si cerráramos los hospitales no habría muertos en los hospitales. Si dejáramos de hacer test PCR no habría ni la mitad de contagiados. Si cerráramos los trenes, autobuses, taxis y aviones como pedía ese posible científico médico, nadie se contagiaría en los transportes públicos. Lo siguiente sería cerrar todas las tiendas y centros comerciales y comer… piedras. O encerrar a cal y canto (más) las ciudades que tienen unos contagios superiores a la media. 

Desde marzo o incluso desde diciembre, en todo el mundo hay miles y miles de científicos dedicados en exclusiva a investigar la pandemia. Y seguimos sin saber nada de nada que sea contrastado y eficaz. Sabemos qué nos infecta, qué nos puede matar o no, qué es un coronavirus para no tener que mirarlo por microscopio, y poco más. 

Ayer mismo se hablaba de que podría transmitirse en los alimentos crudos o que podría estar en el aire flotando, o que se transmitía no hasta 1,5 metros sino hasta 5 metros. Hay decenas de posibles tratamientos paliativos, ninguno contra la enfermedad. La vacuna rusa es el hazmereír del resto del mundo y ellos mismos advierten que es un prototipo. 

Hablan de que enfriamientos anteriores te pueden convertir en inmune, pero otros dicen que eso es falso. No hay constancia de casa nada, ocho meses del inicio de la alarma en China y habiendo afectado a todo el mundo y seguimos igual. 

No digo que sea fácil, puede que sea imposible, pero cuando menos tal vez haya que decir que también los científicos como los políticos, no están acertando con su trabajo.

Tres microcuentos para una mañana de vacío

El olor era inaguantable, entraba por la boca hasta hacerme sentir arcadas, pero tenía que aguantar porque era mi primera vez. En aquella habitación casi sin luz, deseaba que entrara un poco de aire fresco para pillarlo y traerlo hacia mí, pero por más que buscaba un soplo yo no podía tocar nada, y nada parecía atreverse a entrar sin permiso, incluido el aire de la calle. 
Tendría que aguantar con fuerza, ya que con saña había trabajado antes. Yo había buscado aquello y ahora tenía que soportar las consecuencias, ya que la vieja había soportado las suyas. 
Cuando le rajé la tripa de un tajo, ella grito y se llevó las manos a sus entrañas, pero al verse todo el mondongo fuera y escurrírsele la sangre por las manos se desmayó. 
Parecería lo lógico. Yo en cambio me quedé mirando un rato más.





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Yo soñé un día que me levantaba libre, que me ponía la radio y no me atemorizaban con notas de prensa de malas noticias, que incluso también los que me rodeaban eran más libres porque les dejábamos un poco más de espacio y de recursos para poder vivir mejor. 
Pero sólo lo soñé, porque cuando me levanté a la misma hora de siempre…, los mismos coches de siempre miraban malhumorados en los mismos semáforos de siempre, esperando salir los primeros con rugidos de mal genio. 
Porque los coches tiene vida, sino, no se entiende que los que van dentro se conviertan en seres distintos según vayan andando o dentro de su armadura. 
El coche nos convierte en caballeros de la dura figura.






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Miré el armario cerrado y me dio miedo abrirlo, pues uno no controla bien todas las estancia cerradas. Al abrir una puerta siempre queda la sensación de que puede saltar la sorpresa, de que a partir de ese momento nada puede ser igual si le da por mostrar la estancia recién abierta algo que no desea encontrar.
 Las sorpresas siempre esperan tras una puerta cerrada, tras un momento de duda, de indecisión. 
Miré el armario, y sin decirme nada supe que no debía abrirlo, y no por nada, sino por si acaso.
 Aquella mañana decidí que era mejor así, y sin atreverme a buscar un pantalón limpio o un slip del cajón no fuera a llevarme una sorpresa, salí a la calle en calzoncillos usados. Siempre es mejor eso que salir en pelota picada.