27.1.19

Las Redes Sociales no son sociales y ni casi redes

En la vida muchas veces parece que estamos esperándonos los unos a los otros, mientras desesperamos en la espera. Por eso, cuando creemos que al final llegan, no miramos muy bien qué ha llegado sino que nos alegramos y brillamos de nuevo. Necesitamos a muchas personas a nuestro alrededor, y como ahora esto es complicado las cogemos del aire.

Nos decimos: —Podría haber sido mejor, pero al menos ha llegado y nos podemos dedicar a otra cosa. Es decir, nos conformamos.

En estos tiempos tan raros en los que saben entretenernos con el cadáver de un niño durante dos semanas, la capacidad de manipulación es tremenda. Y nos volvemos a conformar con cualquier cosa. Siempre tenemos las Redes Sociales para desahogarnos.

Redes Sociales. El nombre es tremendamente bonito. Redes Sociales. Como si fueran tejidos de ayuda, de poder compartir cosas útiles, como si fueran reales y útiles. Que tal vez nacieron para eso.

No conocemos a (casi) nadie de nuestras Redes Sociales, incluso ni sabemos bien qué quieren vendernos. En los Foros viejos nos ayudabamos más pues nos respondíamos siempre. Ahora escribimos y leemos un poco. Pero en realidad sirven para crear vinagre. Nunca (casi) en un Foro serio de los viejos se insultaba a nadie. Había moderadores que sabían calibrar los tonos. No era una censura típica, sino un mecanismo de tono, de supervivencia.

Lo curioso es que vosotros estáis aquí por pillarme tras una Red Social, y yo me dedico a insultaros. Es acojonante. Ya me voy.

Somos de autoridades y de autoridad

Somos un país de autoridad, de autoridades, de uniformes que nos producen un respeto que está muy cerca del miedo. Lo debemos llevar todavía dentro, nuestros hijos se han contagiado. Ni con humor somos capaces de tragarlo con calma.

En los últimos años este miedo a las palabras del guardia se ha vuelto más acrecentado. Y lo curioso es que cuando te ves envuelto entre policías de otros países ves que no son mas duros que los tuyos, que simplemente es la suma de sensaciones.

La última ocasión en que me pitó el detector de metales fue en una exposición en mi Zaragoza, curiosamente nadie entendíamos nada y al final resultó ser un pequeño pastillero de juanolas de regaliz. En pelotas no, pero casi pues era mosqueante que siempre pitaba y yo no recordaba las putas juanolas en el bolsillo interior de la chaqueta. Con el detector de mano me las sacaron.