13.3.18

La ciudad influye en nosotros, y nosotros en la ciudad

Esta estampa de New York quiero que se vea desde una doble vertiente social. Por una parte vemos a una persona que está modulada por la realidad social de una gran ciudad que le lleva a este trabajo de hacer música dentro de una estación de Metro. La ciudad le permite hacer música, le ofrece la oportunidad de vivir de esto (peor o regular, no lo sabemos) y modela la vida de esta persona hasta convertirlo en lo que es. La ciudad le influye y mucho.

Y por otra parte la propia ciudad, en este caso New York, se modifica por la acción de esta persona, que junto a decenas de personas en similares condiciones, convierten a New York o a decenas y decenas de ciudades repartidas por todo el mundo, en urbes con personalidad propia. Las Ramblas de Barcelona sin las personas que hacen mimo, pintan cuadros o venden flores por la acera, no sería igual. Y sin la vida de las Ramblas, Barcelona tampoco sería igual.

Es decir, la ciudad influye en sus personas. Las personas influyen en su ciudad. Viven en sintonía el continente y el contenido. Si uno cambia, también cambia el otro.

Pero esto ni es eterno ni es fijo e inamovible. Influyen muchos otros factores. La presión urbana, los espectadores, la economía de la zona, las normas de convivencia, la seguridad, las leyes, el clima, la aceptación de esta realidad, los movimientos de las distintas zonas y sus componentes.

Podría desaparecer esta simbiosis o podría transformarse en otra distinta o en otro lugar. Y en eso tenemos responsabilidad todos.

Por ejemplo este músico está aquí porque hay personas que le depositan unas monedas. No sabemos cuántas, y por ello no sabemos el umbral por el que un día desaparecería de allí. Es una relación que funciona hasta que desaparece, y sin saber ninguna de las tres partes ni cuándo ni por qué. Ni la ciudad que parece no saber hablar, ni el músico que no llega a entender bien el motivo de la bajada de ingresos, ni el espectador que nunca sabrá por qué ha desaparecido el músico.

10.3.18

Como Rosendo, también llevamos 40 años. Y no sucede nada

Rosendo, el cantante rockero de los pelos largos, me acaba de alegrar el día. Resulta que lleva casado con la misma mujer 40 años, seguidos, sin hundirse en las miserias. Joder, igual que nosotros. Ellos unos meses más. Creíamos que mi pareja y yo éramos raros de atar, pero no, resulta que Rosendo y su esposa también ha sido capaz de tamaño balance.

No sirve preguntar el cómo, pues no hay mucho más que suficiente sentido común, amor con amistad, y algo de música en el corazón. Y mucho diálogo, muchas sonrisas y muchos planes compartidos. Esto sirve para casi todos los que crean en otra persona.
Que a nosotros dos como pareja nos guste el vino rosado o incluso el blanco, también ayuda. Me refiero a mi santa y a mi. Y ayuda decidir sin decirlo en voz alta sino con los hechos, que cada uno de nosotros mientras así lo decidiéramos, debíamos ser lo más importante el uno para el otro, pero dejando que ambos también tuvieran a otros importantes, aunque no tanto ni tan cerca.

Lo malo es que 40 años son una mierda, se pasan en dos plis plas y no hay forma de repetirlos, frenarlos o volverlos del revés para lentificarlos. Ahora van más rápido que nunca y menos aburridos también. Lo uno por lo otro. Se puede estar casado 40 años e incluso también 12 días. Cada uno es libre de decidir. Pero depende de nosotros como personas, no de la dificultad.