Las ciudades siempre han sido el lugar de concentración social, de reparto de posibilidades, de integración cultural y económica, de escaparate donde se cultivan todo tipo de posibilidades de la sociedad. Pero no siempre la distribución de estas oportunidades está ni bien repartido ni con un acceso a un sorteo…, sin trampas.
Siempre la ciudad es también la auténtica máquina que ejerce la diferenciación social, la que actúa de separadora de clases, de distribuidor de las posibilidades, de reparto de poderes. Es pues la ciudad un elemento imprescindible que ejerce de doble rasero. Sirve para repartir, pero decide a quien quiere repartir.
Los ricos y pobres son más ricos y pobres en las ciudades que en los pueblos o localidades pequeñas. Cuanto más grande es una ciudad más ricos son los ricos y más pobres son los pobres. Más posibilidades tienen lo ricos y menos los pobres para poder salir de su pobreza.
Lo que muchas veces no sabemos, y si lo intuimos no lo detectamos con claridad, es que en las ciudades hay zonas de uso exclusivo, sitios excluyentes y clasistas, donde los más ricos se juntan de ricos para seguir siendo ricos sin que lo notemos los demás. Sobre todo si los demás somos pobres o como poco no estamos a “su” altura social.
En una gran ciudad a los pobres los podemos encontrar con facilidad. Los vemos. A los ricos nos cuesta mucho detectarlos. Hay clubs, espacios cerrados, urbanizaciones encerradas, sitios de ocio exclusivos, colegios incluso que son “diferentes”. Los intuimos, pero no los penetramos. Ni nos dejan, pues lo evitan con gran coste en seguridad privada activa o pasiva. Y esto sucede en todas las ciudades grandes. Incluso en las nuestras, en la mía, en la tuya.
6.3.18
5.3.18
El señor del café frío a medio consumir
En mi calle tengo a un señor mayor en silla de ruedas que es el paradigma de la escultura humana. Mayor=Escultura=Soledad. Un señor sin color pero que es imprescindible en esa esquina concreta. Sin él, no existiría la esquina.
El hombre siempre está al sol —creo que incluso en los días nublados él sabe encontrar un sol propio al que asomarse— sentado en el exterior de una cafetería junto a un frío café a medio consumir y un puro apagado.
Allí no se mueve nadie. Ni a las 8 de la mañana ni a las 11 del mismo día. Si acaso el sol, y no queda claro que se desplace ante esta situación. El café siempre está a mitad del vaso de cristal de Duralex, el puro nunca se acaba de consumir y el señor mira siempre hacia delante, que es su futuro pero no es el futuro.
No sé qué piensa, pero estoy seguro que piensa. Y el café quiero comprender que es diferente cada día, y que no es el medio café repetitivo y helado que aparente ser un café. El puro lo chupa.
La soledad es parte de la imagen. En aquella esquina no hay velador de cafetería. Esa mesa de aluminio gris es para él. La silla de ruedas la trae el cliente de casa. El puro está más veces en la boca que en la mano. Nunca nos mira, pero siempre está mirando.
Yo cada vez que paso por la esquina observo para ver si sigue allí. Sé que un día no estará. Y ese momento será de incertidumbre. Volveré a mirar varios días más por si es gripe. Y un día sé que la propia cafetería retirará la única mesa de su esquina. Todo será mucho más aburrido.
El hombre siempre está al sol —creo que incluso en los días nublados él sabe encontrar un sol propio al que asomarse— sentado en el exterior de una cafetería junto a un frío café a medio consumir y un puro apagado.
Allí no se mueve nadie. Ni a las 8 de la mañana ni a las 11 del mismo día. Si acaso el sol, y no queda claro que se desplace ante esta situación. El café siempre está a mitad del vaso de cristal de Duralex, el puro nunca se acaba de consumir y el señor mira siempre hacia delante, que es su futuro pero no es el futuro.
No sé qué piensa, pero estoy seguro que piensa. Y el café quiero comprender que es diferente cada día, y que no es el medio café repetitivo y helado que aparente ser un café. El puro lo chupa.
La soledad es parte de la imagen. En aquella esquina no hay velador de cafetería. Esa mesa de aluminio gris es para él. La silla de ruedas la trae el cliente de casa. El puro está más veces en la boca que en la mano. Nunca nos mira, pero siempre está mirando.
Yo cada vez que paso por la esquina observo para ver si sigue allí. Sé que un día no estará. Y ese momento será de incertidumbre. Volveré a mirar varios días más por si es gripe. Y un día sé que la propia cafetería retirará la única mesa de su esquina. Todo será mucho más aburrido.
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