2.12.17

¿Dónde se equivocaron los sindicatos en la Transición?

La fuerza y sobre todo el respeto hacia los sindicatos se fue perdiendo en la Transición a partir de los años 80, tras el Gobierno de Felipe González. España necesitaba una recuperación económica y como siempre sucede, se realizó a través de sus trabajadores, perdiendo los sindicatos clásicos, a partir de la mitad de la década de los 80 una parte importante de afiliados, una frescura clara y un respeto de los políticos y empresarios que todavía sigue hoy en día.

Cuando el miércoles 14 de diciembre de 1988 se hizo la Huelga General contra el PSOE de Felipe González ya era demasiado tarde para lograr el respeto hacia los sindicatos. La economía crecía al 5% anual pero también crecía el desempleo y los sueldos con los convenios colectivos eran frenados en seco para seguir creciendo las empresas. Aquello supuso el primer gran error del socialismo obrero, pues curiosamente al año siguiente se celebraron elecciones generales y el PSOE volvió a ganar.

En ese momento los sindicatos se dieron cuenta que habían perdido el poder y el respeto. Los trabajadores se dieron cuenta bastante antes, pero también optaron por el pragmatismo, dividiéndose la sociedad trabajadora entre los que tenían un puesto público o en una gran empresa con convenios colectivos potentes o todo el resto que trabajaban como hoy 30 años después, en empresas pequeñas y con menos derechos cada vez.

Volverse pragmáticos es un gran hándicap en los sindicatos, pues si bien hay que comprender todas las partes en cualquier negociación, nunca deben pesar más los aspectos de los más poderosos contra los más débiles. Ser prácticos para una parte, sin atar las consecuencias y los retornos de ese pragmatismo que debe ser temporal o compartido, es un grave problema.

Hoy, varias décadas después del gran error de no saber formar unos sindicatos fuertes y con gran afiliación, excepto en las empresas públicas y en las grandes empresas, nos encontramos con un déficit que nos ha llevado a la actual situación de indignidad laboral, con unos hijos generacionales que vivirán peor y con menos derechos laborales que sus padres.


Miguel Hernández y su nuevo poema, siguen vivos

La familia del poeta Miguel Hernández, como aportación a su obra, ha decidido sacar a la luz un poema que los descendientes de su hermana Elvira tenían como un tesoro celosamente guardado a lo largo de tres generaciones: un poema inédito que, como tantos otros a lo largo de su vida, Miguel Hernández regaló, esta vez a su hermana.
El poema fotografía en forma de elegía la muerte accidental de su amigo Manolo, aguador de Orihuela, y se quedó inédito al atribuir el texto la responsabilidad última de la muerte de su amigo a la “mezquindad” de su madre, y después de una discusión, Miguel decide regalar el poema mecanografiado por él mismo, a su hermana para que lo guarde o si así lo desea, lo destruya.
Elvira conservó este poema y las cartas y documentos de su hermano, hasta la fecha de su fallecimiento en 1996, cuando pasan a manos de su hija mayor, Elvira Moreno Hernández, a quien años antes había confiado su custodia. Elvira Moreno entrega todo el archivo a su hija Mar en el año 2016, con el encargo tácito de que lo haga público en el momento oportuno, con acuerdo de toda su familia.
El manuscrito se escribió en las primeras semanas de agosto de 1935 en referencia a la muerte de un aguador de nombre Manuel García Ortuño, alias Solajes, y natural de Orihuela, donde ejercía su oficio y murió el 4 de agosto de 1935, un amigo de infancia de Miguel.


A MI AMIGO MANOLO, AGUADOR AHOGADO - Por Miguel Hernández
A punto de casarte te has ahogado.


Y una mujer tortura sus cabellos,
echa de menos un timón de olmo,
llora un novio de yunques resistentes,
un corazón de campanario en fiesta,
derramando jornales por el suelo, que unisteis
para pagar el azahar y el hijo.


Y otra mujer, tu madre, tan mezquina
que te crió con hierbas y mendrugos,
gime y te insulta porque ha de pagar tu entierro.


Hoy tendrán sed tinajas y gargantas,
hoy huelgan por ti fuentes y aguadores,
carros y surtidores, con los brazos caídos.


Tu cuerpo estaba hecho de herramientas sonoras:
parecías compuesto de disparos,
tu voz llevaba un trueno de las riendas
y dos trillos tus pasos, tan potentes
que quedaban las huellas de tus pies
grabadas en las losas.


Tú y la chicharra, de la misma especie.


Cuando hacías equilibrios sobre un cuchillo en pie,
cuando sobre tu carro
de cántaros templando sus guitarrones de agua,
relampagueando el látigo mordías al borrico,
cuando te desplegabas sobre tu acordeón,
caía seducida una hortelana.


Tú y Rosendo, los mozos más fornidos, Manolo.


Tu dilatado tórax ocupaba la calle,
a tu sien hondamente negra de juventud
acudían las venas y el amor a manojos,
parecía que nunca te habías de morir,
parecías verdad, y eras mentira.


Viniste al mundo derribando sillas
y levantando arados con los dientes,
tu mano mejoró la del león
y resistió tu espalda la caída de un pino.


Gremio de relucientes puñaladas,
suavemente las aguas te han matado.
Cuatro aguadores de anudados brazos
te llevan con los pies para delante.


Cuenta con mi dolor, cuenta conmigo,
y con mi corazón, y con mi lengua,
cuenta con un puñado de lágrimas y tierra,
cosechero que fuiste del estrépito,
privilegio acabado de la vida.