29.1.16

Por qué no jugamos más los adultos para ser más productivos?

¿Por qué no jugamos más los adultos, para incluso llegar a ser más productivos? Somos muy serios, vamos disfrazados de adultos siempre, nos comportamos grises y nada imaginativos, somos muy sosos y aburridos, predecibles, apagados y dominados. 

En cuanto sumamos años dejamos de ser niños. 

Nos creemos que ser niños va con la edad y que a partir de un número de años ya nunca más podemos ser niños. 

Incluso nos creemos que ser niño no sirve de mucho, no sirve para esta vida que nos hemos encontrado ya hecha y montada. Pero los niños tienen una mirada especial para muchos asuntos, que es posible necesitar siendo adultos.

Jugar es bueno, muy bueno a veces. Y se puede jugar muy en serio, buscando objetivos desde la osadía del juego, sin preocuparnos tanto en el respto a las formas, como en alcanzar éxitos.

Jugar no está en contradicción con lograr objetivos, con trabajar duro hasta lograr el éxito, con ser capaces de conseguir buenos sueldos para montar con cariño —y la ayuda de nuestra pareja— una gran familia. 

Jugar es necesario incluso para trabajar con más éxito. 

La imaginación, la exploración, la capacidad para abstraernos, es muy necesaria para encontrar soluciones a los muchos problemas comunes de todos nosotros. 

Nos vamos dando cuenta que jugar es importante incluso para la planificación de los grandes negocios, para aplicar en las negociaciones la teoría de los juegos, para ser más felices que parece ser lo más complicado de todo.  

Juguemos más, y no perdamos la responsabilidad de lograr los objetivos con la mayor seriedad posible.

28.1.16

La educación actual hace personas uniformes; no alumnos libres, sino necesarios

Hay una teoría muy cierta que nos señala sobre las consecuencias negativas hacia la personalidad libre de los alumnos que entran en el sistema escolar y formativo de las últimas décadas, pues se trata —sin decirlo para no asustar— de domarlos hacia un sistema social que les reprime hasta restarles sus imaginaciones, sus ideas propias, para lograr de ellos una personas válidas para lo que en esos momentos se necesita según la sociedad y el sistema económico, laboral y social donde se está incluido.

Por este sistema educativo, de admitirlo, las materias que se ofrecen a los alumnos —es decir  a los niños, futuros adultos y llenos de imaginación y libertad— son unas pautas en formación hasta doblegarlos en la dirección que creemos en cada momento más útil para el sistema, incluso para ellos mismos como personas. No estoy hablando de una conspiración mundial extraña, sino de una decisión con su lógica aunque no la admitimos todos.

En el camino de esta educación definida para crear individuos “necesarios” perdemos muchas capacidades innatas de crítica a lo establecido, de exploración de los diferente, de los distinto, mucha pérdida de la sensibilidad, de la capacidad crítica para seguir teniendo imaginación cuando somos adultos. Esta uniformización de la sociedad, además de llevarnos a restar posibilidades discrepantes, nos lleva a una competición más dura entre las personas para poder sobresalir entre todos y con eso también, un abaratamiento de los costes laborales entre las personas, pues no hay casi sobresalientes. Sólo esos serán los que podrán ascender hacia la excelencia.

En los últimos tiempos solicitamos desde el mundo del trabajo lo contrario. Personas que sobresalgan por su especialización. Pero no sólo laboral, sino de forma de pensar, de analizar, de plantear ideas diferentes, de saber mirar los problemas desde otra óptica. Es decir, primero “capamos” la diversidad en las escuelas o incluso en algunas universidades, y luego solicitamos esa misma diversidad acentuada pues nos estamos dando cuenta que es muy positiva para la productividad real de los países, antes de las empresas, primeros de las personas.

La educación escolar está siempre en contínua transformación, algo lógico si sólo buscáramos la excelencia. Pero es que además algunos buscan la adaptación al entorno, y esto pareciendo lógico tienen la gran pregunta detrás. ¿Quien tiene que marcar el entorno sobre el que nos tenemos que mover en el futuro? ¿por qué incidimos sobre los niños, frenando sus capacidades de imaginación o crítica, si cuando sean adultos con capacidad para gestionar el futuro de todos, habrán pasado al menos 25 años desde que iniciaron su formación escolar?