La decisión de Alexis Tsipras —primer ministro en Grecia— de presentar la dimisión, es cuando menos tan arriesgada como lógica en un político verdadero y creíble, aunque (y sobre todo por ello) admita ante los griegos que no ha podido hacer lo que prometió.
Pero esa decisión, dentro de lo inevitable al tener una minoría dividida dentro de su propio partido político, y aceptando que siendo democrático de verdad, debía preguntar a los griegos sobre el camino a seguir tras el tercer rescate que admite como mal menor pero no comparte como solución, es una decisión peligrosa para Grecia, Europa y España.
Podría darse el caso (casi imposible) de que otras fuerzas en Grecia se pusieran de acuerdo y lograran formar un gobierno nuevo sin terminar en nuevas elecciones. Sabía Tsipras que se iba a producir la ruptura de su partido Syriza y que eso lejos de aclarar la situación iba a complicar las salidas a la crisis de gobierno. Pero ha realizado lo que cualquier político serio debería aprender para situaciones de este tipo. Cuando hay muchas dudas, hay que preguntar.
A partir de este momento se abren más dudas que conducirán inevitablemente en poco más de un mes a la luz. O no. Por una parte hay que ver de qué forma responden los griegos al hecho de tener que volver a las urnas, ya que la última vez que fueron convocados su decisión no sirvió para nada. De qué forman decidirán votar y en qué número de ellos acudirán al llamamiento. Hay serias dudas para saber a qué partido beneficiarán los indecisos o quemados y cabreados, a qué partido acudirán los miedosos y las clases medias. Y sobre todo de qué manera se repartirán el voto Syriza y el nuevo partido Unidad Popular.