9.7.14

Los médicos no saben curar todas las enfermedades. Ni las suyas

Los médicos no saben curar todo lo que nosotros como pacientes les planteamos. Había que decirlo y ya está. Dicho. Tienen sus límites y hay que admitirlo.

Tengo una amiga que es médico de familia desde hace bastantes años, se ha recorrido varias localidades como profesional de la Seguridad Social, ha tratado a muy diversos tipos de enfermos, ha realizado guardias de todo tipo y atiende a todos lo que por amistad, cercanía o pesadez le solicitan ayuda constante.

Tiene un yerno que es cirujano cardíaco y bastante reconocido, una cuñada médico especialista en ginecología y una amiga médico forense.

Y además tiene a un marido con unos problemas en las piernas que nadie sabe diagnosticar. Las posibilidades de consultar estos problemas son inmensas, pero nadie sabe darle una respuesta. Antes fallecieron sus padres, uno de ellos de repente, tiene la hija de una amiga con ataques de ansiedad importantes y tuvo a otra cuñada que falleció de cáncer hace unos años. Ella misma tiene problemas de estómago esporádicos a los que se va acostumbrando pues no le gusta tomar medicinas, aunque las recete.

El número de enfermedades que rodean a los médicos y sus familias o amigos son parecidas a los problema que tienen que soportar y sortear los fontaneros y vendedores de motos entre sus allegados. Las posibilidades de que los familiares de los profesionales médicos se curen, curiosamente, son menores a las que tienen los familiares de los fontaneros con tener una solución definitiva a sus problemas.

Eso si, tener a un profesional médico a mano es una gran ventaja, pues tranquiliza. Pero poco más.

Hay que cuidar la salud para no tener que recurrir mucho a la sanidad. Pero en cambio se nos explica poco sobre salud pública y en cambio todos nos entregamos como posesos a la sanidad pública o privada. La salud es trabajo de todos. La sanidad de los profesionales.

8.7.14

En lo pequeño, está muchas veces escondido lo maravilloso

En lo pequeño está muchas veces escondido lo maravilloso. Todos conocemos las elegantes formas de una rosa pero pocos lo increíblemente bonita que es la flor del tomate vista de cerca. 

En la vida social, en las relaciones con los que nos rodean sucede muchas veces algo parecido. Nos encanta la belleza exterior en basto, la que se ve a varios metros, la que deslumbra. Pero nunca es fácil acercarse a buscar la belleza de unas caricias, de un susurro, de unas orejas, de una cándida comprensión ante el dolor, de un trabajo duro del día a día.

Nos llegan enseguida las fragancias de una elegida colonia pero es muy complicado ver desde lejos lo maravilloso que es su compañía en el día a día o lo interesante que es su diálogo y sus razonamientos ante la dureza de la vida. 

La sonrisa, cuando no su capacidad para hacer reír, no tiene comparación en positivo con lo que simplemente es un frasco de química cara o el tamaño de una cintura que en este siglo toca que sea estrecha o de unos brazos que ahora tocan que sean duros y bastos como la madera vieja. Creo que nos engañan, pero debemos dejarlo estar, siempre que nosotros sepamos elegir bien.