28.3.14

Heraldo de Madrid no ha muerto. Aunque les joda a algunos

Con la dirección del genial (con perdón para los envidiosos por auparlo a la genialidad) Miguel Ángel Aguilar, he vuelto un número más de Heraldo de Madrid a los quioscos españoles, 75 años después de ser cerrado por los falangistas en 1939. De aquellas cenizas de violencia falangista apoderándose de un periódico, nació a los pocos días por decreto y con las mismas máquinas y edificio el diario Madrid, pero nunca se les reconoció a la familia Busquets que habían sido los dueños de la idea y de la propiedad de un periódico liberal.

Han colaborado en este número especial medios como: Alternativas Económicas, la Marea, Materia, Fronterad, Jot Down, Revista Fiat Luz, Libero, Mongolia y un buen número de periodistas actuales de lo más granado de la libertad malherida. 

Lo he comprado no para leerlo, que también, sino para olerlo. Y huele a libertad. Es una pena que tengamos que resucitar a los muertos para recordar lo que están a punto de volvernos a romper.

Palabras sabias de profesor de Arquitectura. Alberto Campo Baeza

El arquitecto vallisoletano Alberto Campo Baeza nos da algunas pinceladas de la formación actual en las universidades, con una interesante reflexión de la que hay que tomar buena nota.
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Los profesores de las facultades de todo el mundo emplean un lenguaje común. Nos quejamos en la Universidad de España pero en la de Columbia en NY encuentras los mismos defectos y bondades. Falta una estructura docente más profunda. Bolonia iguala pero por abajo la actividad del docente; es un error. Hay que buscar la excelencia, difundir la cultura. Yo cito en clase a filósofos o a poetas y los alumnos toman nota. Espero que algunos acabarán leyéndolos.
 
Saramago decía que el escritor tiene en la punta de sus dedos pequeños cerebros y que no hay ideas maravillosas si no se pueden traducir. Es escritor con palabras, el arquitecto con planos.

No se entiende la luz sin sombras. En el panteón de Roma (un ejercicio sublime de luz) triunfa esta sobre las sombras. Pero sin las sombras que arroja el resto de la cúpula no se entenderían las columnas de luz maravillosa que entra por la abertura central.