En esta travesía del desierto político que atraviesa España
en esta década, cualquier líder mediano puede auparse pues sobre todo se
necesitan referencias nuevas, capaces de trasmitir, de plantear alternativas,
de tener una visión algo diferente de la realidad y del nuevo camino que hay
que emprender.
Lo deseable sería disponer de un auténtico referente
nacional, de una personalidad con carisma y conocimiento, con respeto e
ideología abierta, que supiera trasmitir y además trabajar por una meta
diferente. La empatía con la sociedad se sobreentiende.
En este desierto destaca Julio Anguita, retirado por propia
voluntad de toda actividad política de primera línea, y al que sus simples
discursos de intenciones están aupando a un puesto que muy posiblemente él no
busca.
Pero fijémonos que hablamos en este caso de un antiguo
líder, que perteneció a un lateral del espectro político, retirado y sin deseos
de auparse. ¿Dónde están pues los lógicos viveros de políticos de recambio del
resto de fuerzas políticas, sobre todo de las más representativas? Sería el
ejemplo que ningún profesional del márquetin político intentaría hacer crecer.
Tal vez ese sea su mayor activo, que es diferente a todos.
Que nadie dude que la sociedad reclama otras formas. Pero
los políticos insistimos en los mismos discursos vacíos ya, en las nula
soluciones que hemos demostrado absurdas, en las mismas ideas de mitad del
siglo XX pero sin adaptarlas a las necesidades actuales. Es decir, efectivamente
y aunque fastidie, el juez Pedraz tiene razón, aunque no sea muy correcto que
él lo diga. “La clase política actual está (estamos) decadente”.
¿Pero qué dice Anguita de nuevo o de viejo? ¿qué nos vuelve
a recordar este pensador de la izquierda comunista, cuando creíamos superada
esta ideología?