22.1.12

Desaprender es volver a aprender. Seleccionar lo bueno

Se nos advierte en algunos anuncios que desaprender es un buena opción y tal vez tengamos que trasladar esta recomendación a más apartados que el consumo moderado. 

Es cierto que el aprender no es una línea recta que siempre aumenta o sube positivamente. También a la hora de aprender hay que ser exigentes, críticos, selectivos. No todo lo que se aprende es para siempre e incluso no todo es positivo . O incluso lo que en unos tiempos lo puede ser, se vuelve negativo y retorcido pasados unos años, cuando todo cambia.

Así que el desaprender puede y debe ser una opción a tener muy en cuenta. Sobre todo en tiempos de crisis cuando muchas acciones personales están en especulación, en cuarentena, pues cuando algo importante cambia, muchas pequeñas decisiones le acompañan.

El consumo personal es un asunto del que debemos desaprender. La relación con el dinero o con el trabajo. La administración familiar pero también la de nuestro tiempo libre. La educación y formación constante, permanente, continua. El valor de las relaciones con la gente que nos rodea y su interacción con ellos para estar más seguros, para colaborar, para ayudar y ser ayudados. Nuestra fe y confianza en estamentos tan importantes como la justicia, la religión, la política, la sociedad, el estado de bienestar, las instituciones locales son asuntos de los que en periodos de crisis se ponen también en entredicho y por ello hay que analizar con calma nuestra posición personal sobre estos asuntos.

Desaprender no es desandar, es simplemente cambiar nuestros conocimientos para tomar otras decisiones en periodos en que se nos demandan otras posiciones. Desaprender es aprender otras cosas, es cambiar el orden de los valores. Pero en todos los procesos de cambio de posiciones hay que tener cuidado en las elecciones que se hacen, pues hay que salir más fuertes, más seguros, más convencidos. Desaprender es seguir aprendiendo. Desaprender es también borrar de nuestro cerebro todo lo que hemos aprendido y ahora ya no nos sirve o nos hemos percatado que es negativo para nuestra forma de vida actual.

21.1.12

Contra los desahucios, hay que indignarse

Esta semana la televisión nos mostró las imágenes de una septuagenaria española llorando y camino de su muerte civil. Había perdido su vivienda de toda la vida, había sido desahuciada por un banco tras avalar una vivienda a su hija que finalmente no pudo pagar la hipoteca.

A los pocos días de ser desahuciada, el piso en el que había vivido con su difunto marido, en el que había visto crecer a sus dos hijas, amordazado por un juez y unos banqueros había sido ocupado por un grupo de cuatro jóvenes que habían dado la patada a la puerta. Su vivienda ahora no era ni de ella ni del banco. Incluso las personas que en una semana habían ocupado su espacio, su sitio vital, le habrían la puerta y le hablaban con las cámaras de televisión como testigos.

La anciana volvía todos los días al edificio, para reunirse con los vecinos de toda la vida pues no quería perder sus recuerdos, sus olores, su vida anterior. Y lloraba. Solo sabía llorar.

Del banco no se sabe nada, pero los nuevos ocupantes saben que durante un año podrán vivir en el hogar de la anciana, perdón, del banco, y que luego se irán en busca de otra posibilidad que cubra sus necesidades, ¿Quien cubre las necesidades de la anciana que ha perdido su viva aunque siga moviéndose para llorar? ¿Para qué ha servido el desahucio? ¿Qué podemos hacer tú y yo para que estos dramas no sean vistos con la normalidad del que se sabe prisionero de una sociedad sin escrúpulos? Este drama ha sucedido en Barcelona.