1.1.12

Cada día se lee menos. Cada día se escribe más

Lo malo de escribir en estos tiempos es que no se lee. Se lee menos de lo que se escribe. Vamos todos a la caz del lector, buscando voluntarios que nos quieran leer sin perderlos como amigos, de buenas gentes que se metan en nuestras historias y se las crean. Son tiempos de consumo fácil, de imágenes, de textos con música, de párrafos cortos y muy medidos.

Es cierto que a cambio, se consumen cada vez más libros sesudos y novelas gordísimas de más de 600 páginas, tal vez para compensar lo que se paga por ellas. Es cierto también que si leer es un lujo, leer poesía que es corta y como una esencia de las palabras, es un milagro. Queremos leer poco pero no tan poco como la poesía. Somos raros y exigentes a partes iguales.

Así que la labor del escritor ahora no es solo la de escribir y corregir, tarea esta última tediosa y compleja, sino saber aguantar que estás escribiendo para que no te lean. Nos queda —siempre nos quedará— el placer de escribir por el placer. El gusto de gustarnos a nosotros mismos. Nadie nos debe quitar el lujo de ver nuestras ideas en forma de palabras, plasmadas en una hoja que luego nadie volverá a leer. Si mientras las hemos escrito hemos gozado nosotros, pues ya hemos cobrado el sueldo necesario para seguir vivos como esritores. Que no es poco.

Necesitamos emprender nuevas ideas para salir de la crisis

Estamos inmersos en dudas importantes, en un momento histórico complejo que nos puede llevar incluso a perder parte de lo conseguido por nuestros padres. Ha llegado el momento de empezar a respondernos: ¿Qué podemos hacer cada uno de nosotros por nuestro país? 

Ni nuestro país —el de cada uno de nosotros—, está en condiciones de darnos mucho, ni nuestra pereza o apacible manera de encarar el futuro le sirve de nada. Nuestro país, sea México, Argentina, España, Brasil o Aragón, necesita de nuestra fuerza, de nuestras ganas, de nuestros empuje. Quien lo consiga como sociedad será quien logre avanzar hacia su futuro, pues estamos en periodo de crisis en donde todo se está poniendo en cuestión. En donde nada es seguro.

Dentro de 20 años seremos lo que hayamos querido o podido ser a partir del hoy mismo. Todos. Tú, yo, nuestros nietos, los hijos, la sociedad, el sistema, dependen de lo que hagamos tú y yo desde hoy mismo. Nada está asegurado, nada es para toda una generación, todo puede empeorar o mejorar. Pero todo también, depende de nosotros. Esta es la gran ventaja.

Quejarnos de los alemanes, de los americanos, de los indios o de los vascos es una bobería que no conduce a las soluciones. Si reaccionamos como sociedad podremos. 

¿Cómo?

Efectivamente cada uno de nosotros tenemos unos planteamientos diferentes para pensar en el “cómo”, pero esto es enriquecedor e inevitable. Lo bueno precisamente es que tengamos diversos planteamientos y no los dejamos aparcados. Lo bueno es la suma de pequeñas ideas, de pequeños proyectos, de los que muchos lograrán crecer hasta convertirse en importantes.

Tal vez es un buen momento para pensar en la creación y puesta en funcionamiento de una actividad productiva o de servicios, esa que muchas veces hemos rondado y que nunca nos hemos atrevido. Tal vez emprender una idea con una pequeña y estudiada inversión es una buena decisión en tiempos de crisis cuando todos se retraen. Tal vez estudiar algo que nos puede servir para el futuro nuestro y de todos es una buena decisión. Tal vez, por qué no, ayudar a los demás, a alguien en concreto es un acto que nos complace y puede servir para sumar granos de arena. Incluso ser exigentes contra quien se ha vuelto incívico, ser reveladores para no ser cómplice del delincuente que odia a la sociedad, implicarse en un proyecto que sirva para emprender y para apoyar, incluso tal vez dejar de ser voluntario gratuito y a veces manipulado puede ser una buena ocasión para fijar puestos de trabajo remunerados en tiempos en los que el desempleo es una lacra.

Cada uno y una de nosotras tenemos una idea en concreto sobre las soluciones para estos momentos de inquietud. Pero muy pocos los saben —o se atreven— a ponerlas en funcionamiento. A intentarlo siquiera. Tal vez un empujón personal a la idea, tal vez un pequeño estudio para saber si es viable, para analizar si sirve para lo que pretendemos, si puede tener futuro, nos sirva para animarnos.

Lo que podemos hacer por Perú, Chile, México o Aragón, por nuestro país, es mucho y depende de nosotros. No somos importantes, pero podemos ser parte de la suma de esos muchos que decidan mejorar nuestra sociedad. Si esperamos a que otros decidan por nosotros, a que otros mejoren lo que está mal, lo mejorarán, seguro. Pero a su gusto y no al nuestro. A la medida de sus necesidades y no de las nuestras. Pensando en sus beneficios y no en los nuestros.