1.1.12

¿Por qué los políticos comunican tan mal en España?

España y los españoles tenemos la desgracia de unos políticos que sin respeto hacia sus ciudadanos creen que pueden jugar con ellos como muñecos de Lego. Hoy te digo algo, mañana te lo oculto y nunca hablo contigo, por que no me importas un carajo.

Ya desde Felipe González, los Presidentes de España se acostumbraron a no hablar a los españoles mirándoles a los ojos aunque sea a través de una cámara de televisión, algo muy sencillo, os lo juro.

Uno, con cada cambio de Presidente siempre cree que el nuevo será capaz de copiar a los franceses, a los americanos o a los venezolanos. Da igual. Pero lo que no da igual es que el Presidente de España no sepa hablar a los españoles, no sepa utilizar una herramienta básica como la imagen y la comunicación para transmitir decisiones, para acercarse a su sociedad, para trasmitir lo que hace y lo que piensa hacer.

¿Nos creen los Presidentes de Gobierno que somos imbéciles y no entenderemos lo que se nos dice? ¿Acaso creen que cogeremos miedo y nos pondremos histéricos si se nos dice la verdad?

Cuando se toman decisiones uno se arriesga a no ser entendido, a no conseguir la aprobación de todos o incluso de ninguno. Pero si te lo explican, si te lo dicen con sinceridad y mirándote a los ojos cabe la posibilidad de que la pedagogía funcione y se logre empujar entre todos en la dirección correcta. España necesita de todo menos bobos con miedo, que se esconden detrás de sus subordinados. Necesita líderes que sepan liderar, así de sencillo. O tal vez así de complicado pues no parecemos ser capaces de encontrar a políticos que quieran ser líderes.

Cada día se lee menos. Cada día se escribe más

Lo malo de escribir en estos tiempos es que no se lee. Se lee menos de lo que se escribe. Vamos todos a la caz del lector, buscando voluntarios que nos quieran leer sin perderlos como amigos, de buenas gentes que se metan en nuestras historias y se las crean. Son tiempos de consumo fácil, de imágenes, de textos con música, de párrafos cortos y muy medidos.

Es cierto que a cambio, se consumen cada vez más libros sesudos y novelas gordísimas de más de 600 páginas, tal vez para compensar lo que se paga por ellas. Es cierto también que si leer es un lujo, leer poesía que es corta y como una esencia de las palabras, es un milagro. Queremos leer poco pero no tan poco como la poesía. Somos raros y exigentes a partes iguales.

Así que la labor del escritor ahora no es solo la de escribir y corregir, tarea esta última tediosa y compleja, sino saber aguantar que estás escribiendo para que no te lean. Nos queda —siempre nos quedará— el placer de escribir por el placer. El gusto de gustarnos a nosotros mismos. Nadie nos debe quitar el lujo de ver nuestras ideas en forma de palabras, plasmadas en una hoja que luego nadie volverá a leer. Si mientras las hemos escrito hemos gozado nosotros, pues ya hemos cobrado el sueldo necesario para seguir vivos como esritores. Que no es poco.