24.8.11

Sobre el límite del déficit que nos quieren colar

Las lindezas que nos ha ido dejando este gobierno durante los años de crisis han sido muchas, variadas y, en su mayoría, incorrectas, y parece que, ya que saben que se van durante bastante tiempo al otro de lado del parlamento, se quieren ir a lo grande.
Limitar el déficit público de forma constitucional es tanto una temeridad, como una estupidez, digna de políticas que prefieren seguir a sus vecinos antes de ser consecuentes con su forma de pensar y actuar, no solo para con su ideología, sino para con el pueblo y la actualidad.
Lo primero que deberíamos destacar es que, si queremos rebajar el déficit, podemos hacerlo, ya esté en la constitución o no. La constitución no es un libro mágico que genere políticas nuevas de la nada, que mejore el sistema fiscal y sus ingresos, y potencie el crecimiento. La constitución también defiende el derecho a una vivienda digna pero, de nuevo, al no ser un libro mágico, nadie nos regalas los pisos.
¿Para qué se pone en la constitución? Es algo que deberíamos preguntarnos todos. Aun estando en contra de una política austera, puedo llegar a entenderla, aceptarla e incluso apoyarla en según qué circunstancias, y estoy seguro de que se puede llevar a cabo sin tener que recurrir a que esté por escrito en la constitución.
Imponer algo a la fuerza, en un una constitución que debe ser atemporal y que no es conveniente estar cambiando cada año, algo que atañe a las circunstancias económicas coyunturales (que vete tu a saber cuales serán en una década por ejemplo), es una temeridad.
 Y lo es porque, si ya España se ha despojado de su política monetaria al entrar en la Unión Europea, parece que también quiere eliminar por gusto su política fiscal y eso, eso si es peligroso.
Imaginemos que vamos al pasado y, después de la crisis de los años 30 les decimos a los economistas que hay un país que ha decidido incapacitarse políticamente de poder devaluar su moneda o aumentar el gasto público de forma circunstancial en un x%. ¿Qué pensarían? ¿Qué nos hemos vueltos locos? Probablemente sí.
Parece que queremos basar todo el desarrollo y crecimiento en la confianza. La confianza está bien, sí. No lo voy a negar. Es fundamental para asentar las bases de unas relaciones internacionales tanto con países como con inversores que nos permitan diversificarnos y crecer de forma saludable. Pero acabamos de ver como con la confianza no basta. Medio mundo está entrando en una pequeña doble recesión y lo único que hemos hecho es aparentar, vestirnos con las mejores galas y hacer guiños a unas políticas que, de momento no parecen dar ningún fruto. Y aun queremos ir más allá.
El cambio en la constitución ni siquiera se enmarca en un debate social, público o político que nos permita ver sus pros y sus contras, se ha impuesto como una medida más de cara a la galería externa. Y eso, de nuevo, es una bajada de pantalones del señor Zapatero. Y del señor Rubalcaba, que ha preferido hacer odios sordos a lo que decía hace poco menos de un año. Se ha perdido toda seriedad.
He pedido que hagan el referéndum. Y aun así me da igual. Me da igual porque esto no es una campaña americana donde se vayan a hacer debates televisivos con eminentes académicos en economía defendiendo ambas posturas. Menos cuando tanto el PSOE como el PP se han unido en algo (parece que solo se unen en lo peor, que manía tienen). La sociedad está lobotomizada en cuanto a los problemas de déficit. Y alto, stop. Párense un momento. Lo repito y lo mantengo. La austeridad es una política y una forma de pensar totalmente respetable y sobre la que no me impongo, sobre todo porque yo no soy quien. Pero una cosa es querer ser austero y otra es obligarnos a ser austeros por ley, para un futuro incierto, gobierne quien gobierne y pase lo que pase. Eso no es normal.
¿Qué pasará si queremos aumentar el déficit por alguna circunstancia que ahora no podemos prever? ¿habrá que estar cambiando constantemente la constitución?
¿Qué pasara si, por alguna razón, como por ejemplo una crisis económica que desplome los ingresos muy por debajo del gasto público, fíjate que cosas más raras, nos pasamos? ¿No será eso una imagen aun peor de la que tendríamos de no tener algo así en la constitución?
Dicen que será lo suficientemente laxa como para maniobrar en épocas de crisis, y digo yo ¿si ya tenemos los criterios de Maastricht y no los cumplimos, cumpliremos ahora solo porqué esté en la constitución?
Sin contar con que la medida no solo no es consensuada con la población, sino con el propio gobierno. No es normal que rechazasen la medida si la propuso el partido en la oposición y la acepten ahora solo porque lo diga Merkel y Sarkozy. Eso es ser un hipócrita, tanto para con la oposición como para tu misma integridad personal. Es una forma más de ver como no se realiza por ser realmente algo estudiado sino, un bandazo más dispuesto a vendernos el alma para que los “mercados” nos vean con mejores ojos.
En resumen. No sé si la pondrán. No sé cómo la pondrán. Pero lo importante no es la norma. Es el hecho. Es la imposición. La coacción y restricción en las posibles políticas económicas. Es el que sea todo un simple maquillaje para que los inversores nos compren más barata una deuda que ya no podremos vender.


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23.8.11

Posibles medidas teóricas de gasto público

Mientras se critica el gasto público por generar un efecto de crowding out en la inversión privada, asistimos a como esta inversión se centra en los aspectos más improductivos de la economía, y esta transfusión de dinero directa a bienes como el oro y las materias primas han empezado a elevar sus precios de forma totalmente especulativa y perjudicial para los países que, en el caso de la alimentación, están mucho menos desarrollados.
A la hora de hacer gasto público hay, posiblemente, tres formas que puedan describir exactamente las posibilidades que se abren dentro de un marco realista.

Primer caso: Cavar agujeros para taparlos.

En primer lugar tenemos el más improductivo de todos, el ejemplo que se utiliza a diario para desprestigiar la idea del keynesianismo, a la que le doy vueltas y vueltas y cada vez le veo menos sentido: Cavar agujeros para después taparlos.
La idea es la siguiente, en crisis el empleo baja, por lo que una posible idea sería que el sector público contratara empleados para que hicieran agujeros y luego los taparan. Algo totalmente improductivo, cuyo único sentido es hacer que el dinero, en vez de estancarse, siga fluyendo por la economía.
Sí, seguiría fluyendo. Yo en vez de guardar 500 euros en el banco, que irían destinados a cualquier tipo de inversión improductiva, se los tendría que dar al estado para mantener el empleo de otra persona. A su vez esta persona tendría 500 euros más de lo que tendría si estuviera desempleada y por tanto podrá comprarme a mi el producto que yo venda. Todo, claro, a nivel agregado.  Todo esto hasta que los niveles de confianza vuelvan a subir y la gente decida gastar de nuevo de forma privada y mantener los empleos por si solos.
El problema es que el dinero en vez de estar dando una rentabilidad (via ahorro) o proveyendo de un mayor bienestar estaría siendo gastado en elementos aun menos productivos. Además, los 500 euros que recibe el obrero también va a querer ahorrarlos (¿Por qué va a ser diferente?) y el estado también tendrá que grabárselos para seguir haciendo circular la economía. AL final, es como tener a un muerto en coma vivo a través de una máquina. Sí está vivo, pero en cuanto la quites el corazón deja de latir (es un ejemplo extremo porque ninguna economía “muere”, pero creo que se entiende).
Puesto que todo lo que suena a comunismo nos entra por una oreja y nos hace explotar la otra, parece que lo único que tendemos que puede hacer el estado es contratar a obreros para que mejoren la ciudad, quitar y poner aceras, crear servicios no demandados, etc. La actividad productiva está, en general, en manos privadas, y hacerse con ello es, por tanto, difícil. El ejemplo de los agujeros sigue siendo, por tanto, tanto en teoría como en la práctica, lo más utilizado (aunque de muchas maneras).

Segundo caso: Finalidad de gran escala.

En segundo lugar tenemos la persecución de un bien común. En la crisis de los 30 fue la segunda guerra mundial. Hace unos días Krugman hablaba de creernos una invasión extraterrestre. En este caso el sector público incide en la producción privada (en el caso de los años 30 incidiendo en la inversión armamentística, proyectos de investigación y desarrollo, no debemos olvidar que, lamentablemente, muchos de los progresos en la práctica científica, al menos en esos años, se hicieron por motivaciones bélicas. En este caso se mantienen vivas a las industrias privadas, se justifica el gasto público y, para cuando se ha resuelto el conflicto la confianza económica vuelve a ser positiva. El problema: obviamente es necesario un acontecimiento de una importancia tal que lo justifique. No es, por tanto, algo con lo que contar, sino más una curiosidad de gran calado.

Tercer caso: Inversiones productivas.

En tercer lugar, tenemos lo que sería más sensato. Llevar a cabo por el estado las inversiones productivas que el sector privado no va a hacer en el momento. Al no ser un gasto, sino una inversión, la posible futura rentabilidad, siempre que sea superior al interés que se deba pagar en el endeudamiento público justificaría por si sola la actuación. Al ser una inversión de proyección futura, el empleo generado tendría un impacto no solo momentáneo, sino permanente. Se pueden incidir en sectores clave para su futuro desarrollo privado (de hecho está demostrado que las ayudas concretas generan un mayor crecimiento que las genéricas, el único problema es, justamente ese, que no son genéricas y por tanto siempre que hablamos de lo “social” puede generar inconformismo por parte de los otros sectores). Se pueden emplear medidas públicas, o de financiación conjunta con la privada, manteniendo la industria lo mejor posible.
Es decir, a la hora de buscar la alternativa, el sector público se debe encargar de: (I) mantener en todo lo posible la actividad económica a lo largo de la crisis, (II) de forma sostenible tanto en el corto como en el largo plazo, y (III) en sectores que tengan futuro y sean demandados por la sociedad.
De nuevo. Creo que hay un punto de vista, y lo comentaba hace poco en la entrada sobre Keynes y Hayek, que todo el mundo, sociedad y sector empresarial, debería tener muy en cuenta, muy defendida por la escuela austríaca, y es que las crisis hay que sufrirlas. El sector público, creo (bajo mi punto de vista y mi experiencia histórica estudiada), puede ayudar a que la caída sea lo menor posible, la transición entre los diferentes estados económicos sea lo más suave posible e intentar que no se generes heterogeneidades importantes (que afecte de manera importante e incorregible a sectores de la población, por edades, educación, etc). Sin embargo, estamos hablando de una ayuda. Nada más. Creo que el símil más correcta sería, en el plano médico, como coger una gripe. Sí, el médico te puede ayudar, te puede recetar pastillas y te aliviará en parte los síntomas, pero un par de días en cama no te los quita nadie. El sector público puede ayudar en las crisis, pero la crisis está por algo que no se puede corregir del día a la mañana, y ni existen varitas mágicas ni, muy probablemente, existirán.