9.5.10

La muerte iguala a los diferentes. Pero no todas las muertes son iguales.

Hoy se me ha muerto otro amigo más. Da igual el cómo o el quien; cuando se acude al tanatorio ves que todos somos iguales, que todo es allí igual, que repetimos las mismas boberías mientras las visitas obligadas se dividen en grupos. Cuento personas y salgo perdiendo siempre. Observo mucha gente de pésame y me entra envidia de mis pésames que yo no veré. Me da igual la muerte, porque me da igual que no me de igual. La muerte no lo iguala todo, pero convierte a todo en un igual. Aunque algunos tienen más iguales que otros.
Hace calor, tanto que pienso por un momento en el muerto. Se estará descomponiendo más rápido, me digo, y aunque sé que en su habitáculo están refrigerados, me convenzo de que no es así, porque el calor es igual para todos. No puedo admitir que el muerto no sea igual al resto, por mucho que sea el protagonista.
Está abierta la caja, la familia lo dice para avisar y nadie quiere acercarse a verlo. No entiendo bien cual es la decisión más inútil. Si se cierra no se ve, y si no se ve no está. Pero si se deja abierta no se mira y si no se mira es como si no estuviera. No sé que pensaría el muerto al respecto. Yo no quiero ser visto una vez muerto. Es un asunto muy personal que sólo quiero conocer yo. Frente a la gran cristalera hablaban del desempleo y del fútbol, de lo alta que está la nieta y de un abrigo que molesta. El muerto no dice nada. Los demás no miran el cristal. Como si no estuviera nadie detrás. Efectivamente, ya no hay nadie detrás.

No todos los votos son iguales. Los votantes centristas tiene el poder de elegir

En España se calcula que hay unos dos millones de votantes especiales, cuyo voto es el que realmente hace valer a un gobierno o a otro tras unas elecciones generales. Son los dos millones de votantes centristas, que a falta de una opción propia, votan a veces al PP y a veces al PSOE.

En España la fidelidad del votante es muy alta, e incluso los dos grandes partidos trabajan mucho el enfrentamiento con el contrario para forzar ese bipartidismo sociológico, que tanto les beneficia a ambos, creando enemigos más que amigos. Uno es votante del PP sobre todo porque odia al PSOE y al contrario. Pero en tierra de nadie están esos dos millones de votantes que dan y quitan gobierno.
No contamos los votantes nacionalistas que están divididos por todo el territorio estatal, que suelen ser fieles a su manera, ni a los votantes del IU que oscilan entre este partido y PSOE según como vean el asunto del miedo a un gobierno del PP o un cabreo sumo del gobierno del PSOE.

Esos dos millones de votantes “especiales” tiene un valor increíble para los dos grandes, tanto, que pagarían estos por saber donde viven y mandarles así a su diputado de cabecera a explicarles su programa. Toda la campaña electoral, con ese coste tan alto, se hace para ellos. Para esos dos millones. No acuden casi nunca a mítines, observan los medios de comunicación con detenimiento, miran las encuestas con lupa para buscar cómo pueden incidir más y mejor en sus opciones elegidas y se mantienen callados, sin explicar su voto a nadie. Eligen a líderes más que a ideas, a sensaciones más que a promesas, a equipos que trabajan más que a grupos de amigos políticos. Odian la política como empleo, son centristas, y no quieren el cambio más que si es inevitable para mejorar. Forman un grupo social complicado de adivinar, entre trabajadores y clase media, que son los que más están sufriendo ahora la crisis. Pero han estudiado la historia de España y se la conocen bien. Están tan preocupados con la actual situación que no saben todavía a quien votar. 
A uno por malo y a otro por peor. 
Pero en el último momento decidirán.