28.2.10

La sociedad española está (muy) cabreada

Los barómetros de la sociedad civil son un reflejo claro de lo que va a suceder. Lo han sido siempre. Antes de que los cambios sucedan, ya hay detalles, atisbos que se pueden explorar y encontrar, más claros que incluso las encuestas en donde todos tendemos a mentir algo.
En estos momentos la sociedad española solicita un cambio muy profundo (sin decirlo pero escuchando, diciéndolo con potencia a quien quiere escucharle o callando pero asintiendo).
Esto en realidad es malo. O entre malo y asqueroso. La sociedad empieza a estar harta del sistema, y eso es muy malo, pues todas las alternativas son peores o muy peores.
Cuando hablo de “la sociedad” no incluso a los fieles de todos los bandos. Los socialistas, los peperos o los nacionalistas, que aunque hartos también lo deben tragar y mascullar. El resto, que siguen siendo muchos y que representan el sentido del sistema (los fieles también se dan de baja ideológica y abandonan, más que cambiar) son los que entregan el gobierno hacia un lado o hacia otro o lo que es peor, abandonan como apuntábamos hasta límites de permitir que sucedan “cosas” que en otro momento social repudiarían.
La crispación hoy es interna. Se da en los talleres, en los hogares, en los bares, en las familias. Se critica a casi todo sin ser capaces de encontrar soluciones que no pasen la mayoría de las veces por barbaridades. Sobre todo por que quien plantea esos silogismos, suelen ser los más bocazas, los que gritan más.
Estás cargados de razones los que pretender acabar con el sistema. De razones que les han ido entregando los voceras de turno desde medios de comunicación contra todo. Hoy los tontos de baba que se creen que con Franco se vivía mejor, disponen de datos, saben defender sus opciones, han recogido verborreas de defensa cuando intentas explicar la violencia de un sistema dictatorial.
No creen en las libertadas colectivas porque con sus razones, explican las que vamos perdiendo, que también son. Hablan de castas políticas, de gastos innecesarios con datos, de ladrones con oposición, comparando barbaridades como los corralitos para dar miedo. Pero sin perder la sonrisa, sin ponerse irascibles, sin levantar la voz más de lo necesario para que sea la más elegante de las voces fuertes.
Son educados incluso.
Tenemos la suerte de que en estos momentos no hay base suficiente para temer bandazos, pero mucho cuidado con seguir jugando con fuego sin tener agua cerca, que al final nos podemos quemar todos.

Aprender a vivir jubilado o jubilada

Interesante artículo de El País sobre la psicología de la jubilación. Consultar completo aquí.

La palabra jubilación está emparentada con júbilo, o sea, alegría. Se supone que, más allá de un acto meramente administrativo, el cese laboral es la culminación de una etapa de compromiso social, para pasar a otra descargada de expectativas y obligaciones. Es como pasar de lo duro a lo suave. Es vivir el júbilo de levantarse por la mañana y disponer de todo el día por delante. El júbilo de hacer lo que a uno le venga en gana. La alegría de encontrarse de nuevo con uno mismo y por fin dedicarse sólo a ser.
En cambio, la jubilación parece que en lo material sólo sean pagas y en lo psicológico algo así como la inutilidad del ser o, en su mejor versión, la vida ociosa bien merecida. Jubilarse, sea cuando sea, es como una rendición, un apearse en medio del trayecto, un ¿y ahora qué? Es la cara dura del jubileo, la triste sensación de que a uno le echan del sistema, sin importar su opinión, su disponibilidad o su momento vital y profesional. Claro que todo va a depender, más allá de lo que diga una norma administrativa, de cómo se ha resuelto personalmente la relación entre el ser y el tiempo.
 Occidente se ha especializado en la capacidad de transformar el mundo, mientras que en Oriente ha predominado la contemplación, la aceptación de la vida como es. Aunque vamos camino del acercamiento, hay que reconocer que por nuestras lides impera el sentido de la acción, del hacer. Uno es, sobre todo, lo que hace. Bajo este paradigma, la jubilación es una intromisión o un permiso para dejar de hacer. Entonces, si no hacemos, ¿qué somos? ¿Quiénes somos?
La identidad de una persona ha tenido diversos referentes a lo largo de la historia. Antiguamente se relacionaba la identidad con el lugar de nacimiento (Tales de Mileto, Jesús de Nazaret…). Después, según el oficio: el herrero, el mercader, el carpintero. Más tarde se definió por la estirpe patriarcal. Erickson como hijo de Erick. Fernández como hijo de Fernando. Aún hoy, para muchas personas, su identidad está vinculada a la organización social, al papel que desempeñan y a la relevancia de la empresa o institución a la que pertenecen. La jubilación significa quitarles la privilegiada etiqueta. A partir de ahí, ni son ni representan. De ahí deviene la primera crisis: aprender a ser uno mismo, sin lo de fuera.
Una de las mayores expectativas que acarreamos es la de “ser alguien en la vida”, lo que significa trabajar duro y alcanzar una buena posición laboral y social. Nos damos cuenta pronto de que una cosa son las actividades que nos gustan y otra trabajar. Queda separada la relación entre actividad y trabajo, siendo la primera una mera distracción para los ratos de ocio. Sólo unos pocos afortunados parecen tocados por la vara vocacional, pudiendo trabajar disfrutando. El resto se pasan el día echando cuentas y planificando a años vista. Se olvidan que el tiempo se vive, no se cuenta.

SOMOS ACTIVOS, NO TRABAJADORES
Si logramos quitarnos la etiqueta de trabajadores, podemos observar al ser humano fundamentalmente como energía, inteligencia y amor. Somos seres activos, creativos y relacionales. Eso es lo que necesitamos para realizarnos en esta vida. Y eso no tiene edad. La jubilación entonces se limita a un cambio en el tipo de actividad, su frecuencia o su organización. Nada más. Seguimos activos, creativos y amantes. Sólo faltaría que eso también lo regulara el Estado.
Para una gran mayoría de personas, la jubilación va a representar un cambio difícil, porque no entienden otra actividad que no sea trabajar. Esa creencia limita la oportunidad a nuevas iniciativas e incluso profundizar en aquellas para las que siempre ha faltado tiempo. A menudo se les dice a los jubilados: “Ahora podrá hacer todo aquello que no pudo hacer en su momento”. No es cierto. Cada momento tiene sus intenciones. No es lo mismo estudiar una carrera para ejercerla posteriormente, que estudiarla sólo por el placer de saber. Ahora es ahora. Y ahora cabe recoger lo que se ha cosechado, sabiduría de vida, para vivir en lo aprendido.