23.12.09

Por qué no debe fusionarse la Sexta con Antena3 y viceversa.


Una vez que Cuatro ha dado el primer paso e inevitablemente dejará de ser una cadena posada y progresista, con posibilidades de competir por el mismo segmento sociológico que la Sexta, esta dispone de más aire a su alrededor para crecer.
Una fusión entre Antena3 y la Sexta no aporta nada que no sea viabilidad económica en el corto plazo. Pan para hoy, hambre para mañana si no saben gestionar la fusión, como no supieron gestionar los inevitables pero previsibles cambios en los medios de comunicación audiovisuales.
En las fusiones siempre producen problemas importantes las incorporaciones y mezclas de las distintas plantillas laborales. Sobre todo desde los mandos intermedios hacia arriba. Con ello no se va a conseguir una calidad mejor en el corto plazo, luego es posible que surjan turbulencias de complicada gestión en un mercado tan sensible a las gestiones irregulares.
No siempre 15 más 7 dan 22. A veces en la suma se producen errores; yo me llevo, tú te llevas, un mal apunte, un error de cálculo.
Las fusiones no existen, sí las absorciones. Alguien dejará de ser. Y eso es duro de asumir por quien lo sabe de antemano.
Zapatero creó a la Sexta para tener una balanza más ajustada; si ahora se le mueven los platillos, nadie podrá decir que no lo avisamos, y se podría dar la casualidad de que alguna otra televisión pudiera surgir en un futuro próximo, recompensando (de compensar mejor) otra vez el mercado, tras las fusiones. Sobre todo si tras el 2011/12 vuelve a gobernar el PSOE con o sin Zapatero.
Mezclar aceite con agua no produce ni más agua ni más aceite.
A la Sexta tras la fusión de Cuatro, le puede interesar quedar como la única cadena de izquierdas. Ya, lo sé. Las deudas por sus juegos deportivos le llevan de mal traer. Pero sumar deudas no es lo mejor para edificar un nuevo edificio.

El gran desastre de esta Navidad o el abrecartas de la lotería

Tras la caída de los Reyes Magos uno esperaba ansioso la otra caída de Reyes como juguete que se rompe en Navidad, para regocijo de el pópulo.
Pero ha sido el truco del almendruco del mago que acierta el núemro de Navidad el que nos ha tenido que caer roto en mil pedazos, para fastidio de esta Navidad de crisis.



Uno desea que sigamos siendo niños para mantener esa inocencia idiota pero casi limpia, aunque ya Serrat no avisó de que algunos de ellos estaban locos. Y uno cree en la Lotería (pues va a ser que no), en Papa Estado (peor me lo pones) o incluso en el mago de Navidad.
Ahora resulta que el mago listo que adivina siempre el número de la lotería, es un tramposo. Yo creía que era una buena persona que sabiendo el número lo dejaba para los pobres de solemnidad, que es a quienes siempre les toca la lotería que sale por la tele.
Si además de tramposo es un casposillo que no tienen la elegancia del Brake aquel que ponía seriedad para demostrar que incluso (o sobre todo) en el engaño hay que mentir con las formas, se le desmontan a uno las ilusiones.
¿Y si Zapatero no fuera socialista?
¿Y si Juan Carlos no tuviera la sangre azul?
¿Y si Iglesias decidiera en el último momento no irse a Bonansa?
Casi me quedo con el mago del abrecartas fulero.