La Comisión Europea anunció ayer que vigilará la venta de Opel para que las ayudas públicas de los países no puedan condicionarse al mantenimiento de la producción en sus territorios. Hay que alabar su actitud, y ser comprensivos con la elevada probabilidad de que tal vigilancia acabe en fracaso. En primer lugar, porque resulta relativamente fácil ocultar las obligaciones y condiciones que impone un país para conceder ayudas; y después porque el peso de Alemania en la economía europea y en sus instituciones es muy superior al que puedan tener países como España y Bélgica, juntos o por separado. Merkel ha conseguido imponer a GM que el comprador sea Magna y ahora lo más práctico para el Gobierno español es negociar con el nuevo propietario que se minimicen las pérdidas de empleo en Figueruelas.
El peso coactivo de las ayudas públicas, moneda corriente de presión de casi todos los Gobiernos para evitar deslocalizaciones, no es el único aspecto llamativo de la operación. Con Magna entra en Opel el banco ruso Sberbank, presidido por el ex ministro ruso de Economía, German Gref. Así pues, ni GM ni Merkel tienen empacho alguno en contar con la financiación inyectada en Opel directamente por un banco controlado por Vladímir Putin. La ansiedad electoral y la asfixia financiera borran cualquier escrúpulo estratégico.