22.6.08

A veces hay que descansar y pensar sobre el futuro

El tiempo de descanso es tan importante como el de labor. Cuando a una organización y no olvidemos que una persona es un grupo de mecanismos muy engranados, la forzamos hasta que crujan los dientes, hay peligro de romper los hilos finos que mantienen el orden mental y la lógica.
Es cierto que no todos los hilos son del mismo grosor, que todos no son igual de fuertes, pero también es cierto que el grosor es una cualidad más, que hay muchas otras que hacen posible que aun siendo muy frágil, se sea muy resistente para según qué labores.
En la vida, el tiempo de descanso es necesario para recambiar las ideas, para tomar aliento y seguir en el camino, para pensar y analizar, para decidir. Sin estos tiempos muertos, las personas se convierten en pequeños muertos vivientes que simplemente avanzan sin rumbo, marcados por los sonidos de instrumentos lejanos que a veces no son los que corresponden a esos caminos sobre los que se avanza.
Todos necesitamos parar la pelota y soñar, quitarnos los zapatos porque nos pesan y notar los dedos de los pies que aunque no los sintamos vivos, existen y son imprescindibles para poder andar.
De vez en cuando hay que perder la mirada y reencontrarte con el joven que dejaste en un recodo o con la vida abandonada. Es la mejor medicina para seguir vivo y andando con fuerzas por la vida que queda.

21.6.08

Las ciudades "dispersas"

Durante estas dos últimas décadas, en España hemos jugado a crear ciudades amplias, dispersas, a pensar que la forma má cómoda de vivir era en adosado construidos a decenas de kilómetros del centro de las ciudades.
La urbe molestaba y había que alejarse, pero eso si, poco.
Y había que ser ecologista y disponer de 100 metros de tierra que nos diera libertad y comodidad.
Y como muchos de nosotros somos unos benditos, nos dejamos convencer y apostamos por la tontería de irnos de la ciudad, a respirar.
Si, en esas zonas hay ahora muchas fábricas que también se han ido contruyendo, escapando de la ciudad, pero nosotros no trabajamos en ellas, lo hacemos en las de la otra punta de la ciudad. Tenemos que hacer todos los días 40 kilómetros cuando menos para ir y volver al trabajo.
Si de compras es un camino igual de pesado. El periódico está a un kilómetro, la tienda más cercana a dos y la farmacia a tres.
El colegio de los niños no tiene problema porque vienen con un autobús a buscarlos una hora antes de entrar, pero el ambulatorio pilla a tres kilómetros.
Nuestro terrenito es un coñazo durante 8 meses al año, incluidos los de más calor, los gastos para tener nuestro adosado de cuatro plantas sin ascensor caliente y fresco es brutal y los vecinos de la derecha son un coñazo, pendientes más de estar hablando con nosotros en cuanto salimos a la terrazita que de dejarnos en paz y en silencio.

Ahora los Ayuntamientos han decidido cambiar las recomendaciones, y decir que vivir en una ciudad dispersa es una barbaridad ecológica con un coste brutal. Y nosotros nos damos cuenta que las horas que perdemos en trayectos se los restamos a estar descansando en nuestro piso.

No, no intentes vender el adosado ahora, no te lo comprará nadie. Ya se han dado cuenta de que es un regalo envenenado.