La joven señora de colores me miraba con punzones que taladraban pero no decía nada, simplemente medía con una reglita pequeña sobre la pantalla, y volvía a girar sobre la tripa su mano, y miraba y giraba y medía.
Cuando le pregunté me dijo que no hablara, que debía estar callado, pero yo gritaba sin sonido y ella me taladraba.
Dejó de girar su mano y me tendió un amplio papel para limpiar de gel mi barriga.
¿Qué tal está mi corazón dilatado?
Estaba abandonado de primaveras desde hacía casi una década. Ya los jóvenes no entraban a robar pichones ni a joder a la dueña con sustos, ya no se escuchaba el revoloteo molesto de los cortejos, ya no.
Cuando todavía algunos viejos miraban el palomar abandonado, siempre veían a cientos de blancas tórtolas batiendo alerones. Estaba abandonado pero lleno de recuerdos.
Nadie veía el ahora, solo existía el ayer.