25.2.07

Fin de semana preparatorio para ir (o no) al psicólogo

Este fin de semana me ha tocado organizar el jardín para la primavera. Mi jardín se compone de 30 macetas y dos bancos pero es algo maravilloso arreglarlo y limpiar las hojas secas, repintar los bancos y replantar las macetas que ya se han hecho viejas, poner tomates, rabanetas y perejil en algunas. 

Muy bonito todo. 

Yo a mis hijos les invito a tamaño trabajo para que disfruten conmigo, pero ellos —que me quieren mucho— me dicen que no, que como es un trabajo tan gozoso me lo dejan a mi sólo. 

Yo recuerdo que cuando mi padre pintaba el piso le solicitaba que me dejara pintar algo y siempre me decía que no, que me mancharía. Y no sabéis vosotros lo que me jodía. 

Ahora yo a mis hijos les dejo muy a gusto que me pinten el piso entero si lo quieren hacer, pero estamos en las mismas, me dicen que no porque no me quieren amargar el día y que como todavía tengo en el subconsciente aquel trauma de niño de cuando mi padre no me dejaba, lo mejor es que pinte yo solito el piso para disfrutar tremendamente. 

Algo estoy haciendo mal como padre, debo ser un egoísta asqueroso porque no me entienden lo que les quiero regalar, la felicidad que le entrego con simpatía y cariño. 

Casi seguro que tendré que ir al psicólogo.


24.2.07

Sillas en una calle de Zaragoza

Esto que vemos en la imagen de arriba sigue siendo Zaragoza, un ciudad de unos 700.000 habitantes en donde por la noche de verano o el mediodía de los inviernos con sol, los vecinos puedes salir a comentar sus cosas, a pelar al que toque o a buscar ayuda en el diálogo. Hablar entre vecinos es una terapia maravillosa.

Es cierto que esto se da en pocas calles de la ciudad, pero buscándolas se encuentran. Y es también una muestra de lo que todavía necesitamos hoy o al menos lo que se utilizaba antes para sentirnos mejor, el contacto humano, el diálogo con los otros, el intercambio.

Hoy la televisión nos lo da todo chupado. Ya no hay que pelar a la vecina del segundo, porque los programas nos lo dan hecho y nos muestran vecinos que no conocemos de nada pero que se dejan criticar con facilidad. Cobrando eso si, pero a nosotros nos da igual. La mentira queda disimulada por los focos.

Eran las 11 de la mañana de un día cualquiera y lo que vemos es que no se quitaban de la calle las sillas, muestra de que se pensaba seguir hablando del Madrid o de la Pantoja a la tarde siguiente.

No pregunté, pero quise imaginarme que ninguno de los dueños tomaba Prozac. Se curaban con más diálogo.