Inexplicablemente quedó atrapado ella sola, y después de estar toda la primavera y verano haciendo bien su trabajo llegó el inevitable momento de su caída y el destino no le dejó cumplir con su marcado futuro.
Siguió viva después de muerta, porque quedó atrapada a la vista de los demás, porque no quedó perdida entre miles de iguales hojas en el suelo, listas para ser pisadas y recogidas.
No sabemos —ni ella ni yo— cuanto tiempo aguantará en esta posición, yo todas las mañanas la veo a través de mi ventana del trabajo y la sonrío. Ella acostumbrada a las nieblas no lo hace, pero ayer brillando ligeramente por un sol que quiso pintarla, se atrevió a dar matices alegres a la alambrada.
Nunca se sabe cuándo uno se muere del todo.
A veces los milagros tienen forma de árbol. Este lo es, ya verán, está un un parque de Zaragoza en uno de sus paseos más céntricos, y lleva así varias décadas, sin ser destrozado.
Ya se que no a todos los árboles los destrozan, no soy tan negativo, pero este es especial y caro.
Es un laurel. ¡¡¡Sirve!!!
Si la gente que pasea supiera que es un laurel hermoso al igual que el otro que tiene enfrente, irían cogiendo una hojita para las lentejas, una ramita para secar y hacer chilindrones, otras hojitas para hacer infusiones; y el pobre árbol se acabaría.
Pero es un árbol de la secreta, disfrazado de normal, escondido en pleno paseo para que nadie sospeche.
Yo cuando hago lentejas de las de verdad en domingo, acudo de paseo los sábados con mi santa, y cuando nadie me ve le quito una hoja.
Pero no porque sea ilegal, que también, sino para que no sospechen que este árbol es especial. Les juro que las lentejas lo agradecen, sobre todo que sea hoja fresca.