17.1.25

Quien mató a Laura Palmer? ¿Fue David Lynch?


Filmoteca de Zaragoza, Cinema Elíseos
circular del arquitecto Teodoro Ríos, finales de los años 80. Se difumina la luz del plafón central y atraviesan la grisalla de tabaco no del todo apagado sus últimos haces. Concentración absoluta entre el aforo completo, los tardanos esperando la crónica macerados a carajillos o botellines en el Gato o el Candolías de la Calle Mariano Royo como en los años 70 esperaron el periódico de la tarde y la hoja deportiva.

Las han premiado en Cannes o Donosti, no las programan los cines convencionales pero, la espera no desespera, hoy los del servicio de cine del primer ayuntamiento socialista proyectarán “Blue Velvet” de Lynch, “París Texas” de Wenders, “Bagdad Café” de Percy Adlon, “Mi Hermosa Lavandería” de Stephen Frears, “El Contrato del Dibujante” de Peter Greenaway, “La ansiedad de Veronika Voss” de Rainer Wender Fassbinder… Al terminar saldremos como guepardos, cosa muy fina, a tomar unas cervezas al Central y el Amaranta, ataviados “mod” como los Who en Quadrophenia en día de cierzo y sin pinturetes, y la vida sin saberlo ya nos habrá cambiado para siempre.

Media de edad de la sala: probablemente menos de 23 años, público que terminó siendo la cantera de los cines Renoir de la Romareda e irremisiblemente esfumado, lost in translation para el arte, al pasar a devolver hipotecas.

A quiénes cambió la vida entonces Lynch. Pensábamos a una minoría, pero resultó que a todo dios puesto que el cine posmoderno se veía en la actitud y moda de la calle, recogiendo el glam musical, los encuadres, luz de vuelta a Ribera y Vermeer. Aunque no se entendieran del todo los guiones e intensidad de aquel cine que viró hacia Hopper y las películas negras de los años 40 con tramas pasadas de incomprensión como lo fueron los últimos guiones de Chandler. Aun interpretados por Edward G. Robinson.

Las propuestas artísticas de los 90, en necesario ejercicio pendular, se decantaron por quitar barroquismo a la música a base de dieta de bajos de los Cure con imagen digna de las novelas góticas de Mary Shelley, volviendo al country espeso, las camisas de cuadros, el muro de sonido y el órgano Hammond de Pink Floyd.

Una vez constatado ampliamente el abuso por los grupos del pop de la nueva ola inglesa en el dominio de las nuevas tecnologías musicales, enfermedad que solo se curó por la música de baile funk y los Chemical Brothers a mitad de década.

Del mismo modo en el cine, los guiones y situaciones enrevesadas fueron superados por las obras limpias y contundentes de Eastwood de la década o la genialidad y registros de Spacey en American Beauty o de Meryl Streep a partir del “Postales desde el Frío”

Todos recordamos el encasillamiento de Melanie Griffith con posterioridad a “Algo salvaje” de Demme y “Armas de Mujer” de Nichols, esa frágil empoderada, esa estática reivindicativa sin matices con espuma en la boca que tanto se hizo querer.

Tampoco pasó el corte Mickey Rourke, como sin embargo sí la música rasgada y profunda de Joe Cocker y Mark Knoppler que vivieron una enésima juventud por clásicos y respetuosos con las raíces del blues y no haber caído en el melodrama impostado.

De todas estas películas no nos acordaríamos y nos hubieran parecido insufribles sus diálogos inconexos o interminables sin la ayuda de su extraordinario y falso montaje, si lo comparamos con el cine de Wilder por necesario para no cargarlas, y la música y estética que las soportó.

Interpretada por hombres de una pieza femeninos como el sutil sucesor de Kristoferson: Chris Isaak, nuevas voces poderosas que siguieron la estela de Carole King (Jeveta Steele en Bagdad Café susurrando “I´m calling you” en aquellos tiempos sin videollamadas) y la música arrastrada de paletos blancos, el contrapunto de la Texas feliz de Buddy Holly, representada por la guitarra percutida y sostenida de Ry Cooder en París Texas.

El cine de Lynch todavía alcanzó techos más altos que el del resto de sus coetáneos en estética sin ética.

Su músico titular Badalamenti aceptó la herencia sin deudas de Nino Rota componiendo toda la que llenaba los enormes vacíos con contenido de “Twin Peaks”, asentando un estilo musical deudor del dodecafonismo, las bandas sonoras del ucraniano de segunda generación y gran conocedor de las composiciones de Shostakovich, Gershwin e imprimiendo esas notas en nuestra memoria.

La serie anticipó en estilismo, creación de personajes y situaciones, mantenimiento del interés que tuvo a España sentada en el sofá esperando su desenlace, al mejor cine que se ha grabado en el siglo XXI, todo deudor de Lynch. El que disfruta gran parte de la población en las plataformas compuesto en mi canon de preferencias por “The Wire”, “True Detective” y “House of Cards”.

El multifacético y complejo Spacey y la tejana fina Robin Wright, ni otros grandes actores como John Cusack, hubieran tenido el impacto en los años 80 que tuvo la interpretación de Isabella Rosselini en “Blue Velvet”, la aparición fulgurante de la bella paleta triste vestida para el baile en línea con toques de camisas de seda que fue Laura Dern –que sigue siendo fugaz y fulgurante- ni el cine posterior que ha consagrado a Jeff Bridges y se ha vuelto más grunge en personajes hubiera soportado las interpretaciones sutiles del hombre femenino a una gorra roja soldado, Harry Dean Stanton.

Secundarios principales, superación del glam tonto y previsible, una visión de las puestas de sol americanas en technicolor y deudoras de John Ford y toda nuestra cultura de disfrutar de las series, a paso andante moderato y rallentando, nos lo ha regalado Lynch. Y tantos paréntesis en mis felices tardes universitarias.

Corro a ponerme la música de Badalamenti, quién dijo que la vida sedentaria es monótona y rutinaria, maestros.

18.01 Luis Iribarren