En mi primera visita al parlamento Europeo se no hizo una pregunta casi urgente:
¿Tiene algo de positivo el TTIP?
Simplemente se intentaba que durante todas las jornadas de trabajo en el Parlamento tuviéramos en cuenta esta pregunta para intentar buscarle una respuesta satisfactoria. Y se nos hizo recapacitar sobre una frase que dijo Simón Peres. “La Unión Europea es un milagro”.
Hay que tener en cuenta y eso no se nos saba transmitir bien a todos los europeos, que en la Europa Unida se fabrica “toda” la política para los europeos y para cada vez más ciudadanos del mundo. Que los miles de contactos que cada día se hacen dentro de esta Europa Unida, son imprescindibles para “ser” en este mundo actual, nos guste o no nos guste. En aquellos años se calculaba que había en Bruselas pero moviéndose por todas las instituciones europeas unos 30.000 lobistas, positivos o negativos pues había de las dos clases, lo que nos da una imagen de la importancia de toda esa Europa, aunque no siempre lo percibamos así los europeos de la calle.
Cualquier organización que presiona es de hecho un lobista, pero la inmensa mayoría solo presionan a través del contacto personal, de la relación, de estar y hablar, de dar a conocer “su producto”; sea un territorio, un vino, una ONG, una idea, una empresa, un medio de comunicación o un partido político. Luego están "los otros" que además de dar a conocer, presionan, comparan y trabajan por debajo de la mesa con diversas artes comerciales o políticas.
Los poderes del Parlamento Europeo son sobre todo los Tratados internacionales. El TTIP es el ejemplo actual que más nos preocupaba entonces a todos. Estábamos seguros que la Comisión Europea y los EE.UU. se pondrían de acuerdo en ese TTIP y que el Parlamento solo podría decir si o no al Tratado, y como la Comisión puede vetar el acuerdo, por eso están tardando tanto en presentárselo al Parlamento, abrirlo en canal para conocerlo.
Curiosamente sabíamos en aquel 2014 y 2015 que para los europeos, todo lo que se estaba negociando sobre el TTIP era secreto. Incluso es curioso que se estubiera logrando algo más de información si se solicitaban documentos a través de la embajada de EEUU por parte de políticos del partido Demócrata, pues ellos allí SI tenían acceso a las reuniones y a sus documentos, mientras que los eurodiputados “normales”, es decir los que no formaban parte de la Comisión o los Dirigentes de todos los Partidos Políticos del Gobierno Europeo, no lo tenían en Europa. Veamos algunos apuntes de aquellas fechas, para hacernos una idea de todo lo que finalmente quedó en aguas de borrajas, y que esperemos que nunca se intente revivir.
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¿Qué pretendía ser el TTIP?
El TTIP es el Acuerdo o Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión. Un tratado de (un pretendido) libre comercio entre los EEUU y Europa, y que no se conoce por sus siglas en español (ATCI) sino por el acrónimo inglés TTIP. La prensa francesa a veces también lo llama TAFTA. Pero el término TTIP se ha impuesto con contundencia.
¿Quién lo negociaba?
Del lado europeo la Comisión Europea en exclusiva, a través del equipo negociador de la comisaria de Comercio Internacional, la liberal sueca Cecilia Malmström. Del lado estadounidense, la Oficina del Representante de Comercio de los Estados Unidos, una suerte de Ministerio de Comercio.
¿Desde cuándo se negociaba?
En 1990, con la caída del Muro de Berlín todavía reciente, Estados Unidos y la entonces CEE firmaron la Primera Resolución Trasatlántica. El capítulo del comercio internacional entre las dos regiones occidentales se aparcó silenciosamente pero nunca se abandonó (como atestigua la Nueva Agenda Transatlántica, a mediados de los noventa). Desde 2006 el Parlamento Europeo instó a la Comisión a través de diversas resoluciones a negociar un mercado comercial transatlántico. En julio de 2013 empezó en el más absoluto de los silencios (y casi secretos) la primera ronda negociadora. Hoy ya van nueve rondas completas (hablo desde finales de 2014).
¿Cómo se negociaba?
Pues curiosamente con mucho secretismo incluso entre los ocho grupos políticos que en ese momento había en la CEE, aunque cada vez menos secreto, fruto de la presión política, social y mediática. Aún no había acceso a los documentos ya cerrados (es decir, lo que se habría pactado ya, aunque desde la Comisión se negaba a publicarlos hasta que no hubiera un ningún acuerdo específico) y los 751 eurodiputados de aquel entonces podían entrar por turnos, con muchas prohibiciones y bajo estrictas medidas de seguridad para que no tomaran fotografías de los documentos, ni incluso apuntes.
La simpleza de los textos que aparecen en la web habilitada por la Comisión impiden hacerse una idea de lo que se está discutiendo entre la UE y EEUU. Eso sí, hasta enero 2014 a la famosa Reading Room (la sala con documentos confidenciales) solo podían acceder los eurodiputados de la comisión parlamentaria de Comercio Internacional (conocida por las siglas INTA). Además, se pretende obligar a Malmström a comparecer ante sus señorías antes y después de cada ronda negociadora. La Defensora del Pueblo Europea ha exigido en varias ocasiones abrir todavía más la transparencia del proceso.
¿Qué es lo que iba a votar el Parlamento Europeo, si se hubiera presentado?
Pues una opinión no vinculante plasmada en un informe cuyo ponente iba a ser el socialdemócrata germano Bernd Lange: la Eurocámara no posee ni la iniciativa legislativa ni el mandato negociador, pero desde el Tratado de Lisboa tiene plenas facultades para tumbar directivas y tratados en última instancia. La Comisión subrayó que tendría en cuenta la opinión del Parlamento, aunque la votación del informe se aplazó el 9 de junio de 2015 porque la división en el partido socialista europeo amenazaba con tumbar el trabajo de Lange. Por otra parte, a Malmström no le queda otra que seguir las líneas rojas marcadas por el hemiciclo de Estrasburgo, ya que éste tendrá en sus manos el voto final.
¿Traería beneficios el tratado?
Muchos o ninguno, dependiendo a quién le preguntáramoss. Para la Comisión Europea negociadora son incalculables: tal es así que en un estudio de 2013, cuando el debate apenas despertaba ruido, se hablaba de la creación de “varios millones” de puestos de trabajo que para España ahora se han quedado en 140.000. Otras estimaciones de la Comisión asumen un crecimiento del PIB global a ambos lados del Atlántico de al menos el 0,5% añadido. Los pros no terminan ahí: los beneficios comerciales para la UE alcanzarían los 119.000 millones de euros anuales que se traducirían en 545 euros más al año para cada hogar europeo. Sonaba bien para lo poco que se sabía o parecía ser aquel famoso TTIP.
Los críticos al Tratado TTIP rechazaban de plano esa visión idílica. Firmado hace 21 años (1994), el acuerdo de libre comercio NAFTA entre EEUU, Canadá y México provocó, combinado con otros factores, una merma de 700.000 empleos solo en Estados Unidos según las organizaciones sindicales de ese país. “Los precedentes demuestran que cuando, por la vía de los tratados de libre comercio, se aumenta descontroladamente el PIB de países con pobres defensas contra la desigualdad, los ricos sencillamente se hacen más ricos. Ya nadie cree en la Trickle-Down-Theory (Teoría del “goteo de riqueza”) que supuestamente traen estos acuerdos comerciales supuestamente libres”, subrayaba el analista Owen Tudor, cercano al laborismo británico.
¿Acaba realmente con las barreras comerciales?
Los grandes defensores del TTIP se aferran a la reducción de escollos comerciales como vía maravillosa y positiva para firmar el tratado. No hay discurso de Malmström o de cualquier partidario en el que no se enumeren casos típicos sectoriales que en la actualidad se topan con obstáculos al exportar a EEUU: los abrigos para hombres añaden una tasa extra del 16%, las blusas de mujer asumen aranceles del 45% y así podríamos citar centenares de casos hasta acabar en el sector de las latas de conserva de Murcia que abona un 15% más a su precio por vender en EEUU.
Pero la supresión de impedimentos técnicos para comercializar más fácilmente tiene un reverso, al que alude la propia Comisión Europea. Terminar con las barreras significa armonizar toda la legislación concerniente al Estado del bienestar en las dos áreas geográficas: la inspección, los controles de calidad y las normativas sanitarias, la certificación de productos, el etiquetado, las prácticas medioambientales, los derechos socio-laborales, la sanidad… El verdadero TTIP descansa en esta homogeneización y no tanto en las facilidades que se darán a las compañías irlandesas de mantenimiento de software o al sector textil valenciano para colocar sus productos en Connecticut o en Portland. Las normas de Control Sanitario, por poner un ejemplo ya no serían las europeas más rígidas para cuidar la salud, sino las americanas, más laxas.
¿Y cómo se plasmaría dicha homogeneización normativa?
Otro punto sobre el que solo se puede divagar debido a la escasa información recibida: la Comisión y EEUU parecen haber acordado la instauración de un sistema de “Cooperación Regulatoria” reforzada cuyo funcionamiento es un enigma y del que apenas si se sabe que contará con una suerte de consejo troncal que trabajará con bisturí en los distintos sectores. ¿Y quién se sentará en él? No se sabe muy bien, pero las rondas negociadoras apuntan a un magma en el que se congregarán instituciones, lobistas, accionistas o miembros de la “sociedad civil”, con lo que pueda significar lo segundo. La organización europea de consumidores (BEUC) ya ha alertado de una “institucionalización surreal de los lobbies”.
¿Iban a cambiar los hábitos alimenticios y los controles sobre los alimentos, para los europeos?
Si las negociaciones no van desencaminadas, es una opción nada descartable. En el capítulo sobre seguridad alimentaria y transgénicos(conocidos por sus siglas en inglés GMO), las conversaciones apuntan a que se dará libre albedrío a los 28 estados-miembros para legislar sobre organismos genéticamente modificados; en materia de protección alimentaria las espadas siguen alzadas y la UE ha dicho que mantendrá las restricciones a las hormonas, los procesos de engordamiento del ganado y la ractopamina; y EEUU su normativa microbiológica.
Bruselas aplica el principio “farm-to-fork” (la inspección va de la granja a la mesa) y Washington solo al final del proceso. Por eso causa tanto pavor en Europa el caso del pollo clorado: en la producción industrial de pollos en EEUU es habitual sumergir a los pollos en cloro (lejía) durante el proceso de producción, algo que sin embargo está prohibido en la muy restrictiva UE. De ahí que los productores cárnicos europeos se hayan alarmado ante la posible invasión de pollos clorados.
Hay quien no piensa igual. “Las importaciones de pollo clorado o carme hormonada no van a tener lugar”, rechaza Marietje Schaake, del grupo liberal Alde en la Eurocámara. “Un acuerdo de comercio no decidirá si los organismos genéticamente modificados pueden entrar en el mercado europeo o cómo pueden entrar en el mercado, al igual que los servicios públicos como la sanidad, la educación o suministro de agua no tienen cabida en este acuerdo y tienen que ser excluidos”. Era la opinión de los que intentaban defender un TTIP a la carta, algo que en su fondo… no existía.
Las organizaciones de agricultores y ganaderos se mantenían ambiguas en torno al TTIP, pero amenazaban con serios conflictos, de aceptarse el consumo de alimentos hormonados. Los eurodiputados que apoyan el informe Lange sostenían que el texto establecía un “magnífico” control sanitario y fitosanitario. Pero era un texto que en esos años 2014 y 2015 era secreto para todos. Si era tan bueno, ¿por qué no se daba a conocer? Decían que hasta que no hubiera acuerdos totales no se podía dar a conocer para no afectar a las negociaciones.
¿Y las denominaciones de origen, en qué punto quedaban?
El temor de las marcas geográficas y especializaciones regionales (denominaciones de origen vinícolas, jamón de Parma, champán francés, etc.) no es infundado ya que EEUU no reconoce las variedades geográficas. La Comisión intentó tranquilizar a los productores europeos, asegurando que la protección geográfica sería una línea roja y que sus productos se seguirían vendiendo en California con la etiqueta correspondiente, pero ¿quién asegura que no habrá una versión empeorada del Ribera de Duero, del vinagre de Jerez made in Arkansas? De momento, nadie. Si existen las DO pero no existen las mismas normas actuales, se podían copiar al no reconocerse esas normas de procedencia geográfica, y si solo sus calidades.
¿Qué más cuestiones abarcaba aquel TTIP?
La cuestión de la armonización de reglas tiene tantas variantes, lo que imposibilita desgranar todos los elementos potencialmente negociables (van nueve rondas, y probablemente solo estemos por el principio) del TTIP. Se dijo por ejemplo que la Comisión cambiaría su posición sobre los productos cosméticos, después de filtrarse que la UE aceptaría más de un millar de sustancias prohibidas en ese momento por Bruselas, siempre que mediara un etiquetado indicando el potencial peligro. La estandarización alcanza la seguridad de los vehículos, los productos farmacéuticos, la maquinaria médica, etcétera.
Hay fervorosos partidarios, como el sector del acero que hace poco celebró el EU Steel Day entre vivas al TTIP. Lo cuenta un directivo de un think-tank bruselense: “Cuando el presidente del lobby acerero proclamó ante el auditorio que esperaba que el tratado se aprobara lo antes posible la sala estalló en aplausos. De hecho, había un cartel gigantesco en inglés que decía: "No prestes atención a todo el ruido que sale de Bruselas. El TTIP va a aprobarse y da igual lo que piensen algunos”.
¿Y los servicios públicos, en qué punto quedaban?
Si la Comisión respeta la opinión del Parlamento Europeo, los servicios públicos (salud, educación, agua, transporte) quedan en el informe Lange bajo decisión de las respectivas autoridades locales, regionales o nacionales. Así ha sucedido con infraestructuras como el ferrocarril (un campo en el que no hay ninguna política europea común mínimamente seria, más allá de la señalización y otros reglamentos de seguridad).
¿Y qué era el sistema de Justicia ISDS para el TTIP?
El ISDS (el sistema casi judicial que intercede entre un país y una multinacional en caso de litigio) implica que un tribunal, público o privado, mediaría de producirse un conflicto en el que muy probablemente esté envuelta la gestión de la “cosa pública”.
Malmström ya ha dicho que la Comisión apostaba por incluir este mecanismo en la negociación, aunque fue dejando caer su inclinación por los tribunales privados. En la actualidad hay aproximadamente 1.600 tribunales de este tipo en todo el mundo, la mayoría reconocidos entre países ricos y países pobres o en países en vías de desarrollo, para garantizar seguridad jurídica a las empresas.
“Las reformas planteadas sobre los ISDS van en la buena dirección, porque hay un rechazo a los mecanismos hasta ahora conocidos”, explicaba el holandés Harm Schepel, uno de los mayores expertos en Derecho Económico Internacional. “Mi duda es si la Comisión va ahora a renegociar los 1.200 acuerdos bilaterales que la UE en su conjunto o los estados-miembros tienen firmados con terceros países. La realidad es que el ISDS no aporta ningún beneficio económico y siempre supone un trato desigual en función de si se trata de unas compañías u otras”.
¿Son los EEUU, los grandes interesados en el TTIP?
Para nada. Estados Unidos tiene bastante que perder. En materia alimentaria a veces garantiza más restricciones en según qué productos. Perdería la Buy American Act, la ley federal proteccionista promulgada en los años 30 del siglo pasado que prioriza la compra de los productos estadounidenses (destaca el caso del azúcar y otros productos agrícolas). En este blog se resalta la preocupación de las compañías energéticas por el incremento brutal de las exportaciones de gas de esquisto a la UE, el cual provocaría un aumento de los precios en el propio EEUU. Tercero y más importante todavía, la reforma financiera de Obama es mucho más ambiciosa que cuantas se han promulgado en la UE a lo largo de los últimos años, a pesar de decenas de inútiles cumbres convocadas. “Yo quiero un tratado con EEUU en el que copiemos de pe a pa la reforma financiera norteamericana”, eclamó el ecologista francés Yannick Jadot, muy activo contra el TTIP.
¿Verá el TTIP la luz dentro de poco —me preguntaba, nos preguntábamos todos— en 2015?
No, con toda seguridad. Las probabilidades de que se termine negociando en esta legislatura que vence en 2019 son incluso muy bajas, por lo que las conjeturas y las hipótesis a veces son el único arma a favor y en contra del TTIP. Eso quiere decir que, dentro de cuatro años, la mayoría política en Bruselas puede variar hacia posiciones abiertamente contrarias al tratado.
Sin embargo, supuestamente hay una gran mayoría a favor del tratado –populares (PPE), liberales (Alde), conservadores (ECR) y socialistas (S&D) aunque con matices y un importante cisma– lo que no ha evitado que el Parlamento Europeo fuese incapaz de votar el informe de opinión sobre el TTIP. Ante el riesgo de perder la votación, los partidarios prefirieron posponerlo.