Honra la decisión de quien al final entiende que debe dimitir, pues siempre es un verbo complicado de tomar. Y lo digo sabiendo lo que digo. Dimitir nunca es sencillo por varios motivos, aunque el cuerpo te lo pida casi como única salida.
Pero dimitir además de no ser sencillo como decisión es un acto complejo como estrategia, pues los vacíos son algo más que un hueco. No es tan solo la opción de buscar nuevos recambios y sustitutos en varios niveles, sino también la de respetar a quien llega.
Y en ese respeto entra sobre todo el de dar la opción lógica de entregarle todo abierto y vacío, para que tome las decisiones que correspondan a todos los niveles.
Por eso dimitir tiene que suponer dejar todos los espacios, y si no se dimite del todo, simplemente no es una dimisión, sino un cabreo.
En la política española, que por cierto no está sobrada de buenas mentes lúcidas, dimitir es un acto que poco a poco se va produciendo con más asiduidad, y no siempre es positivo.
Los huecos no siempre son fáciles de cubrir, y no siempre lo que llega es mejor que lo que se va, lo que debilita la organización. Pero muchas veces no hay otra solución mejor.
SUMAR se enfrenta a nuevos tiempos que la pueden llevar al cementerio, pues no será sencillo encontrar recambios capaces de insuflar nuevas energías a un proyecto que tiene poco tiempo de vida y ya está quemada ante la sociedad.
Desde la izquierda, en la izquierda, somos unos incapaces de entender qué es lo magro y qué las espinas y los dolores.