Somos animales sociales, y además en la inmensa mayoría de los casos, somos incapaces de pertenecer a más de una sociedad, de incluso entender más de una forma de vida social. Hemos aprendido a normalizar lo “cercano” como lo único válido.
Podemos tener una formación compleja, pero aun así nos costará mucho abrazar otras formas de vida diferentes a las que ya hemos conocido desde niños.
Las entendemos, las podremos explicar e incluso nos pueden agradar parte de esas formas de vida, pero no estamos profundamente preparados para abrazar esos conceptos si son muy diferentes. Hablo de Culturas pero también de formas de entender la vida más común, más cercana.
Somos producto del pasado, del ayer, aunque vayamos buscando el mañana casi con ansia. Y eso nos debería decir que cuanto más “ayeres” tengamos dentro, más sabios o capaces deberíamos ser para entender los problemas del “hoy” por acumulación.
Curiosamente no siempre es así, pues el olvido funciona muy bien para limpiarnos de la abundancia de información.
Hay un detalle curioso en estos tiempos. Las personas siempre han necesitado una seguridad básica en sus acciones, en sus decisiones. Queremos y necesitamos saber qué terrenos pisamos para seguir andando en seguridad. Y para eso debemos tener asumido y asentado el terreno de juego. Las reglas.
Pero en estos tiempos hay un exceso de información, de formación incluso simplemente por la lluvia constante de datos, cambios, avances tecnológicos, entrada de nuevos conceptos que no hace tanto nos parecían lejísimos o imposibles de tenerlos a nuestro alcance, para bien y para mal. Nos cambian las Reglas del Juego excesivas veces en un mes. Bieeeen. En un año, de acuerdo.
Asumir esos cambios, toda esa información de la que en la inmensa mayoría de las ocasiones absorbemos sin darnos cuenta, es complejísimo, y eso nos lleva a la diversidad constante, o a la posibilidad de tener que decidir qué seguimos, a la hora de tomar direcciones personales. Ya sé que tú piensas que no, lo sé.
Hace medio siglo todo parecía circular levemente, a una velocidad asumible. Ya entendíamos los cambios como algo que se precipitaba sobre nosotros, pero creíamos que los podíamos dominar. Ahora es que ni nos lo planteamos pues ya son excesivos en los ámbitos sociales. E incluso creemos que lo mejor es no hacer caso a casi nada, pensando que así no nos dejamos influir. Curiosamente quien sí quiere influir… ya sabe dominar esos sistemas de defensa personal.
¿Cuántas preguntas ideológicas nos podemos hacer todos los meses? Hace medio siglo nadie se las hacía pues no existían dudas. Y si ahora hay dudas, siempre van acompañadas de inseguridad. Insisto una vez más, en que todos decimos que eso nosotros no lo hacemos.
Hace unas décadas todo transcurría de una manera muy lineal. Hoy estamos constantemente martilleados con decenas de opciones sociales, y aunque creamos que no debemos expresarnos, sin querer lo hacemos. Incluso sin darnos cuenta, que es la manera más manipuladora de conseguir objetivos.
Han logrado que expresemos nuestra opinión, sin que nos demos cuenta de que estamos expresando nuestra personal opinión. Con nuestros actos, con nuestras decisiones de consumo o de elección banal que alguien sabe muy bien medir, tasar y llevar a estadísticas.
Somos mucho menos libres que hace medio siglo, pero en cambio se ha logrado que parezca todo lo contrario, pues realmente creemos que podemos hacer lo que nos de la real gana, aunque no nos damos cuenta de que esa libertad está dentro de un catálogo de opciones diseñado por alguien o algo. Si te sales de ese catálogo, como poco serás tachado de “raro”, “impostor” o “revolucionario”.