Dentro no hay una persona. No está vacío, está lleno de barbaridades, pero en este caso no hay una mujer atrapada. Que la sociedad sea capaz de permitir, consentir, callarse ante estas barbaridades, es tremendamente triste.
No sería tan complicado evitarlo, o al menos intentarlo con severidad. Exigir que se abran las fronteras de Afganistán por obligación de todo el mundo, para que las mujeres que no quisieran estar allí en esas condiciones inhumanas, salgan hacia otros países.
No es cuestión de nuevas guerras, hay que inventar nuevos modelos de presión que no requieran —de entrada— las armas de matar.
Armas que en Afganistán también, las fabrican en su mayoría en países que deberían exigir que ese modelo de vida para la mujer ya no tiene cabida en el siglo XXI.
Algunos torpes dicen incluso que es lo que las mujeres aceptan, lo que quieren por su religión. Podemos ser tan torpes que callarnos sería lo mejor.