Cada vez hay menos políticos, y más trabajadores de la política. Y eso es un activo conseguido por los que van logrando que se odie la política en general, y todos sabemos bien para qué lo quieren así.
Cuanto menos política haya, más mandarán los que están en ella para trabajar y no para cambiar la sociedad. El número de políticos pequeñitos que son voluntarios son tremendamente más numerosos que los que cobran por ello.
Y si faltan los voluntarios, los gestores no pueden gestionar si no es mal y a precios carísimos. Sobre todo en localidades pequeñas.
Lo curioso es que la sociedad en general, incluso en gran número de partes y sectores variados, abrazan ese mantra y logran por agotamiento que no haya políticos.
No es lo mismo ser un buen Gestor de una Comunidad de Vecinos de 47 millones de personas (o de 200 millones) que ser un político. Los objetivos para la sociedad son muy diferentes.
En la izquierda esto es complicado de gestionar por nuestra propia personalidad, a la hora de entender para qué nos queremos dedicar a la política de cualquiera de sus numerosos niveles. En la derecha no, pues entienden la política más como una gestión de empresa.
Y por el camino se van quedando referentes de la izquierda o intelectuales amplios y plurales, que cansados, quemados, aburridos incluso de lo que ya han vivido, se dedican a su vida, ajena a las labores políticas.
Y mientras tanto no surgen voces nuevas que sean capaces de marcar caminos nuevos y con ganas. Referentes que sepan y quieran explicar. Simplemente eso. Parece poco, pero es imposible ahora.