He encontrado una novela mía, sin corregir claro, pues corregir es lo peor para cualquier escritor, en donde hablaba de un pueblo de Soria en donde a ciertos personajes les iban sucediendo cosas. Personajes negros y rudos que se convierten en fieras cuando están fuera de su diálogo con el lector.
Para los que gustan de leer libros de otros, les recomiendo que practiquen con su propia escritura, que no tengan miedo a crear vidas y situaciones. No es fácil, pero eso es lo bueno, que cada día todos vayamos aprendiendo un poco más en un oficio complicado en donde muchas veces eres incapaz de dominar las situaciones, de continuar y te debes dejar un poco, para que sean los propios personajes lo que continúen con las historias.
No es una locura de escritores consagrados, es una verdad que funciona. Los personajes muchas veces hablan entre ellos y se acomodan a las situaciones que como escritor vas creando, y eso hace que en momento de vacío mental, sean ellos los que te alumbren el camino.
Mis personajes son complejos, y tengo un problema dado mi aprendizaje de preescolar como escritor, debo conseguir que todos los personajes —siendo muy parecidos por sus lugares de vida— sean totalmente distintos, es como dirigir una orquesta en donde cada músico cumple un papel determinado.
Cada uno solo, no sería casi nada, pero en conjunto y con sus individualidades hacen una maravilla que al menos no aburra.
No aspires a nada que no sea disfrutar con tu escritura, por eso precisamente escribir es maravilloso. Guardo una pequeña galería de personajes esbozados de los que tiro cuando los necesito, y a los que doy vida según las necesidades. Son como mi almacén de vidas muertas, de seres congelados.
Demetrio, Venancio, el Oliva, la Carolina, Jean, Pascualillo, el cura Dámaso o Abdón son los que ahora muevo entre Alicia y Luis Gracián. Ellos viven, mueren entre y por ellos, sufren o gozan. Atrévase a crear personajes, es tener el poder de la vida en los dedos de las teclas.