Le quedaba un minuto de vida y nadie lo sabía. Él no, por supuesto. Posiblemente tampoco su asesino o sus asesinos. Pero lo quedaba solo un minuto. El último. Y sin querer todos nos tenemos que preguntar si seremos capaces de que alguien retenga nuestro último minuto de vida. Incluso nos deberíamos preguntar si es que sirve de algo hacerlo.
La fotografía es una herramienta que a veces además de convertirse en testigo imprescindible, es dura y triste, es melancólica, aunque sepamos que sin ella todo es tremendamente efímero.
Somos lo que somos, débiles… y fuertes mientras somos fuertes. Pero nunca sabemos en qué momento perdemos todo el poder sobre nosotros mismos, en qué momento las dudas se apoderan de las escenas de la vida, y todo se transforma.
Por no existir no existe ni el presente, que enseguida se vuelve pasado, incluso antes de que lo podamos saborear.
Somos si acaso, sucesión de muchos presentes que vamos acumulando, saboreando, convencidos de que los estamos gobernando para nosotros.
Hoy acabamos el Año Viejo, y llegamos a creernos por nuestro bien que en un segundo pasamos al Año Nuevo, como si eso supusiera que algo importante va a cambiar. Pero solo cambia si nosotros queremos que cambie.