En el mismo día en que el Defensor del Pueblo de España presentaba un informe tras ocho meses de análisis, revelando 440.000 casos de abusos y pederastia cometidos por curas y frailes contra niños, también nos llegaba la noticia de que Israel había provocado casi 8.000 muertes en Gaza en tan solo tres semanas, de las cuales el 40% eran niños.
En ese mismo día, una parte de España, encabezada por el PP y sus aliados ideológicos, expresaba preocupación mal explicada sobre la distribución de personas inmigrantes en ciudades de España, como si dejarlos en Canarias fuera la única opción correcta. Esto sucedía mientras parecía que algunos, incluso aquellos que asisten a misa todos los domingos, habían olvidado los principios fundamentales de Cristo.
¿Cuál es el motivo de que la propia Iglesia Católica española no sea capaz de hablar y explicar que es necesario ser generosos con otros seres humanos que sufren y necesitan nuestra ayuda, olvidándonos de ese egoísta que es según sus normas, pecado?
La responsabilidad de acoger a ciudadanos que huyen del hambre y la injusticia recae en todos nosotros, como acto de humanidad y debido a la responsabilidad compartida por siglos de abuso en sus propias sociedades y territorios. Debemos recordar que todos los seres humanos tienen derechos básicos a la justicia social desde el principio.
Si bien es cierto que no existen soluciones fáciles para los desafíos a los que nos enfrentamos en estas décadas, negar la realidad o no reconocer que todos los seres humanos tienen derechos iguales a la justicia social no es la respuesta, a pesar de lo que algunos puedan creer lo contrario.
No se trata de ocultar la realidad ni de pensar que cerrando puertas evitaremos los problemas. En todo el mundo, la historia se repite: guerras justificadas por religión, creencias en dioses menores, la pobreza y el miedo como instrumentos de intimidación y violencia. Somos seres humanos, y serlo no garantiza supervivencia ni paz de forma constante. Los problemas deben abordarse en su origen y a tiempo.
No podemos provocar miles de niños muertos y heridos en Gaza, sin que eso nos represente un precio que en algún momento tendremos que pagar cuando crezcan. No podemos observar como los heridos graves yacen tirados en los suelos de los hospitales mientras pasan por encima los médicos y enfermeros sin poderles dar cobijo y ayuda. No es posible curar con vinagre por falta de alcohol y de anestesia, sin que eso nos vaya a representar como poco una violencia soterrada que vendrá sin duda.
Es una cuestión de humanismo y, al mismo tiempo, de inteligencia egoísta, pensando en nuestra propia defensa social. Ser egoístas, inhumanos e insensibles nos conducirá al declive, no a la supervivencia. Entender esto es vital para nuestra propia sociedad y su futuro.
Ajovín