No habían pasado once años del final de la II Guerra Mundial cuando yo nací en una España que vivía en plena posguerra hambrienta para gran parte de los ciudadanos que no habían salido ganadores de nuestra Guerra Civil. Se entiende como ganadores a los que efectivamente la ganaron, no a los soldados o ciudadanos que estuvieron luchando o viviendo en la zona española que según decían los medios, había triunfado, aunque nos esperara décadas de dictadura y de hambre en muchos casos.
En aquel momento no éramos en España ni treinta millones de personas viviendo en gran medida de los flecos del estraperlo, pues aunque las Cartillas de Racionamiento se habían suprimido en enero de 1952, el acceso a gran parte de los bienes de alimentación que no fueran básicos estaba en manos de muy pocas personas.
Nací en 1956 en una vivienda sin wc con agua corriente, sin ducha ni calefacción, sin lavabo y con cocina de carbón o leña. Como nací en una gran ciudad sí tenía electricidad en mi casa y agua corriente en la cocina.
En el pueblo de mi padre cuando íbamos en verano todavía no existían los wáters en las casas, ni iluminación en las viviendas de la mayoría de los habitantes, pero sí en las calles con luces que colgaban de cables ondulados. El agua de boca se recogía de pozos o fuentes públicas a las que acudían las mujeres tanto para beber y cocinar, como para dar a los animales que engordaban en los bajos de la vivienda. Los caballos y una o dos ovejas y las gallinas vivían en la planta calle, y los humanos en la planta primera. Los cerdos se criaban en otro espacio.
Para hablar del futuro, a veces, hay que remontarse al pasado para comparar, para ver los caminos recorridos e intentar entender mejor los que se nos presentan por delante de nuestros paso. Venimos de la austeridad obligada, y ahora ya disponemos de todos los adelantos que podemos imaginar. No somos capaces de poder relatar en el mundo occidental cosas concretas de las que no disfrutemos. Hay que inventar algo que todavía no somos capaces de imaginar.
Pero sí que hay que repartir mejor lo que tenemos. El gran error de estos tiempos es la desigualdad a la hora de tener trabajo, de disfrutar de seguridad o salud, de entender la Paz como algo insustituible, de entender que las mujeres son exactamente iguales en derechos y obligaciones que los hombres, que la educación, la justicia o la salud pública son imprescindibles en calidad.
Los próximos grandes problemas vendrán de esa manifiesta dejadez en cuidar lo ya conseguido, para seguir investigando en lo que tenemos que inventar para vivir mejor.
Tenía más de 10 años cuando descubrí que existían las latas de sardinas. Hoy ya entiendo de inteligencia artificial, veo funcionar vehículos de alquiles sin conductor, empiezo a entender que es posible hacer funcionar países sin unas economías productivas fuertes, y a admitir que el Sector Primario ha cambiado tanto que ya no se pisan los inmensos campos de labor más que si acaso por operarios inmigrantes sin estudios suficientes, mientras que cada vez es más complejo ser labrador o ganadero rentable por sus tremendas inversiones, siendo además muy necesaria su alta formación para rentabilizar sus decisiones.
Y todos estos cambios, y muchos más que no deseamos señalar para nada, se han dado en el espacio tiempo de una sola generación.
Hoy tenemos que analizar el futuro con la suma de todos los conocimientos que hemos ido añadiendo en tan pocos años, con guerras excesivas y repartidas por todo el mundo, con crisis económicas que han dejado fuera a una parte de ideas, con cambios profundos incluso en el reparto de poderes mundiales sin una Guerra Mundial en medio que transforme los contrapesos.
Mientras que en el año 1955 había más o menos unos 2.800.000.000 de personas, casi 70 años después tendremos unos 8.000.000.000 de habitantes, un crecimiento espectacular complejo de asimilar en los próximos futuros a estas fechas sobre las que nos movemos.
Ese casi triplicar la población mundial es un enorme reto al que no es nada sencillo acostumbrarse aunque muchos no lo veamos así, pues trae presiones y tensiones sociales y de un crecimiento demográfico mal repartido entre las diferentes partes del mundo, sobre las que tenemos que actuar con innovaciones sociales.
En estos 70 años hemos pasado de los 1.800 millones de habitantes en Asía en el año 1955 a los casi 5.000 millones estimados para el año 2025. En el caso de África hemos pasado desde los 230 millones a los previsiblemente 1.600 millones. En Europa podemos pasar de los 580 millones a los 750 millones. En América del Norte pasamos de los 230 millones a los 390 millones. En América Central y del Sur se podría pasar desde los 140 millones a los 440 millones de habitantes. Y en Oceanía en ese mismo periodo de tiempo pasar de los 15 millones a los 45 millones.
Estamos hablando de una multiplicación de Asia de x2,8 veces. En África de un factor de x7. En el de Europa de x1,3. En América del Norte (EEUU y Canadá) de x1,7. En América del sur de x3,1 y en Oceanía de un factor de multiplicación de x3.
Con estos factores ya podemos imaginar en donde hay ya problemas de emigración, y por ello en donde hay que buscar soluciones de integración, de solución acorde a las realidades actuales, que son de entrada inamovibles.
¿Es posible entender África con ese crecimiento demográfico sin que se multipliquen sus problemas de convivencia allí mismo y en su exterior más fácil y cercano?
El crecimiento demográfico acelerado en África plantea una serie de desafíos y problemas que deben abordarse desde la ONU para garantizar un desarrollo sostenible y una calidad de vida adecuada para la población africana y para que no afecte este crecimiento tan alto al resto de países de su entorno. Algunos de los problemas previsibles en una África con un crecimiento demográfico significativo incluyen:
Presión sobre los recursos naturales: Un aumento en la población puede ejercer una presión excesiva sobre los recursos naturales, como tierras agrícolas, agua dulce y bosques. Esto puede dar lugar a la deforestación, la degradación del suelo y la escasez de agua, lo que afecta negativamente la agricultura y la seguridad alimentaria. Cuando hablamos de medidas para frenar el cambio climático, son tremendamente complejas de aceptar en África pues como es lógico, ellos creen tener ahora los mismos derecho de crecimiento económico que tuvioron en todo el Planeta en las décadas anteriores.
Desempleo y subempleo: A medida que la población crece, el mercado laboral puede no ser capaz de absorber a todos los nuevos trabajadores, lo que lleva al desempleo y al subempleo. Esto puede dar lugar a tensiones económicas y sociales. Se necesita una formación imprescindible para dotar de recursos productivos a estas sociedades, y eso lleva años, si queremos que al final no se conviertan los países más pobres en claros generadores de esclavismo siglo XXI.
Acceso a servicios de salud y educación: El rápido crecimiento demográfico puede dificultar la prestación de servicios de salud y educación de calidad a toda la población, lo que a su vez puede tener un impacto en la salud pública y la preparación de la fuerza laboral, y a una multiplicación de los problemas sanitarios que se pueden extender.
Urbanización no planificada: El crecimiento demográfico a menudo conduce a la urbanización rápida y no planificada, con la proliferación de asentamientos informales y la falta de infraestructura básica. Esto puede dar lugar a problemas de hacinamiento, falta de vivienda adecuada y servicios insuficientes en las ciudades. Se crean asentamiento inhumanos que nos vuelven a tiempos que ya creíamos superados.
Presión sobre sistemas de transporte y energía: El aumento de la población puede ejercer presión sobre los sistemas de transporte y energía, lo que resulta en congestión del tráfico, falta de acceso a la electricidad y la necesidad de inversiones significativas en infraestructuras de modernidad. Surgen otros países ricos que tienden a dominar a los países pobres, para apoderarse de los grandes depósitos de materias primas o del Sector Primario, lo que lleva a conflictos y a tensiones con la población que entienden que están siendo esquilmados.
Desafíos en la gestión de residuos: El aumento de la población también conlleva un aumento en la producción de residuos sólidos, lo que puede plantear desafíos en la gestión de residuos y la contaminación ambiental. Cuando el crecimiento es muy rápido es muy complicado planificar, sobre todo si no se dispone de Gobiernos muy asentados y respetados por su propia sociedad civil y sobre todo militar.
Problemas de gobernanza y estabilidad política: El rápido crecimiento demográfico puede aumentar la competencia (o incompetencia) por recursos y oportunidades, lo que podría contribuir a tensiones políticas y conflictos en la región si no se gestionan adecuadamente. Hasta ahora las riquezas de África están en muy pocas manos, muy mal repartidas y la desigualdad es tremenda, mucho más que en ninguna otro zona del planeta. Eso siempre es caldo de cultivo a conflictos bélicos. Es fundamental que los gobiernos africanos y la comunidad internacional trabajen en conjunto para implementar políticas y programas que promuevan un desarrollo sostenible, trabajen la planificación familiar como arte de los trabajos para erradicar el hambre y cuidar la salud pública, aumentar tremendamente la inversión en infraestructura y la mejora de la educación y los servicios de Justicia. También es importante fomentar la colaboración entre países vecinos y el intercambio de mejores prácticas para abordar los problemas comunes relacionados con el crecimiento demográfico en África.
Julio M. Puente Mateo