La de arriba es una pegatina de la época de la Transición en España. Gritaba o pedía Libertad de Expresión desde el pequeño papel impreso, pues no la había en la calle, en los medios de comunicación, en el teatro, entre los que hablaban o escribían.
Te podían detener, darte una paliza y llevarte ante el juez por llevar un jersey rojo en una manifestación pues el rojo les debía asustar o por escribir unas palabras en el semanario Andalán.
Ahora sí (creemos tener) tenemos Libertad de Expresión, pero está censurada por nosotros mismos, que es la más cruel manera de censura.
Y curiosamente a su vez, hay un exceso de insultos en la vida cotidiana, en las Redes, incluso en los comentarios de los medios de comunicación digitales serios, sean del color que sean. Nos gusta insultar sin razones simplemente para sembrar otra vez odio.
Nos auto censuramos… si somos o decidimos sentirnos responsables de lo que decimos, mientras otros van repartiendo las basuras y los vómitos sin saber si son ciertos.
O lo que es peor, sabiendo que son mentira, pero algo queda. Han aprendido a decir mentiras sin mentir, que es la forma mas maravillosa de manipular, todo un Arte en la Comunicación.
No quiero dar pistas, no me corresponde a mi, pero en estos meses han sido muchos los que han mentido y los que —aunque vayan a misa los domingos— no irán al cielo. Los han engañado, los curas no perdonan del todo, solo lo parece. Y da igual si eres de los de misa diaria o de los que la detestamos. Las gaviotas también van al cielo.
Volverán las oscuras golondrinas a traernos pegatinas de libertad cuando nos hayamos cargado la democracia del todo. No nos daremos cuenta y casi es lo mejor que no seamos conscientes de lo que estamos haciendo, para evitar malas babas en nuestras conciencias de torpes.
Ajovín