Esta pintada urbana de arriba, con independencia (o no) de sus autores, plantea un dilema contundente. Cada vez hay más situaciones que no nos gustan, y no tanto porque crezcan en tamaño, que es posible que sí, como porque además nos volvemos más humanistas, más exigentes, con más capacidad de quejarnos para mejorar todo. Es cierto que somos pocos los que nos quejamos de verdad en los sitios en donde podría servir de algo quejarse, pero también hay que advertir que en el mejor de los casos sirve de muy poco quejarse. El poder ya se ha acostumbrado a soportar bien la queja, la reclamación, venga esta desde donde venga y de la forma que quiera venir. Se dedican más fuerzas a que al poder no se vea afectado por las quejas, que energías a resolverlas.
Nota.: La imagen es de Luis Iribarren