Mis lectores, vosotros, los que os acercáis a leer estas líneas, sois en casi la inmensa mayoría españoles de España, valgo la redundancia para remarcar lo que deseo decir.
Desearía ser leído en castellano por muchas más personas que no fueran españoles de España, es decir, por gente de Iberoamérica, de otros países, simplemente para multiplicar mis lectores. Pero tampoco esto lo tengo claro.
¿Con qué me conformo?
No sé qué leen las personas que se pegan a un teléfono móvil o a un ordenador y que deciden no estar atados a una Red Social.
¿Por qué me regalan un tiempo de su vida para leerme?
Es verdad que San Google es un gran tirano, que te puede traer lectores o frenar los que decide frenar o priorizar. Nunca sabes bien el motivo. Y todos desearíamos conocerlo, penetrar más en otros regazos, en otras tablet. En otros hogares.
Sobre todo porque si no se sabe a qué lectores te estás dirigiendo, es complicado acertar en los temas que sueltas, en lo que repartes, en los modos incluso de planificar lo que escribes.
Tal vez eso sea lo hermoso del escritor, la incertidumbre.
Sí observo —en las últimas semanas— una tendencia a leer los lectores más temas serios, o temas algo más profundos que el año 2021.
No sé si es producto del final de la pandemia, la nueva Guerra contra Ucrania, la nueva crisis económica, algo de cansancio hacia lo fácil…, o son modas que creo ver y no son ciertas.
Cuando ya se tiene una cierta edad —una edad que desearía que fuera incierta pero que se nota en las arrugas y en la silueta— a uno le gustaría repartir, entregar tonterías que considero válidas como la experiencia, la alegría conservada, las ideas viejunas que nunca pasan de moda.
Y en todo eso estoy, cuando como siempre me van llevando las dudas, el poco tiempo que tengo para reflexionar.
¿Merece la pena seguir dudando?
¿Qué tamaño es el correcto de una entrada?
Hasta la siguiente.