Creo que en la distorsión de nuestras palabras con el tiempo, de la inconstancia casi constante que nosotros mismos tenemos, vamos construyendo la realidad de estos tiempos, aunque parezca todo una obra casi abstracta. Somos la suma como sociedad, de todos nuestros errores y nuestras mierdas.
Somos flojos, no queremos, sabemos, podemos continuar con lo que empezamos con muchas ganas. Y a veces esto es —incluso— mucho mejor que sea así.
¿Merecemos la pena? Pues desde dentro podríamos pensar que no lo sabemos, pero sí debemos admitir que cada uno de nosotros somos una parte diminuta del todo, y por ello somos parte de lo que finalmente se va formando.
Yo por ejemplo, bastante bobo pero sencillo (creo), voy cambiando de ilusiones, de proyectos, con excesiva facilidad.
Pero a la vez soy MUY fiel a mis principios, mis herramientas, mis amigos, mis lugares. Cambio de proyectos, pero en su substancia son los mismos, es un cambio leve en el fondo, tremendo en la forma.
Reconozco que con mis ya casi 66 años he vivido importantes situaciones de muy variado tipo.
Tremendas por lo importantes, desde el punto de vista de muchas personas que no tienen esa suerte. Por su variedad, por lo que nos ha tocado vivir a la gente de nuestra generación. Y también por el lugar en las que me ha tocado mirarlas.
Podríamos —la gente de nuestra edad— tener una visión compacta casi de muchísimas cosas, pero no siempre es sencillo sumar todas las experiencias, agruparlas, recordarlas incluso. Unas tapan a las otras, las evitan, nos obligan a olvidarlas.
Llevo años —¿excesivos?— escribiendo diarios, textos, relatos, cuentos, libros de variado tipo. Y para nada, lo sé, lo cual ni me importa. Me gusta y eso para mi ya es suficiente.
Pero a veces me pregunto…: ¿Y si me hubiera dedicado a una sola cosa?