En los últimos meses que se podrían retrotraer a los últimos años, se habla claramente que el mundo de las ideologías se está diluyendo. Algo que le viene muy bien a quién tiene ideología y piensa que está ascendiendo con ella. Es cierto que la sensación de un mundo líquido por la enorme velocidad de los cambios, propicia que no seamos ya tan claros a la hora de diferenciar lo que son las izquierdas y las derechas, pues las pasamos por el marco mental de hace unas décadas que ya se ha quedado obsoleto.
Hoy, ya adentrados en el Siglo XXI, la izquierda y la derecha es otra necesidad a lo que eran en 1975 o en 1995. No es que hayan cambiado las ideologías, lo que hemos cambiado somos la sociedad y nuestra forma de percibir su utilidad y su sentido fijo.
Hemos ido abrazando el marco mental que nos han ido introduciendo suavemente aquellos que desean una Dictadura Mental, que son más duraderas que las militares.
Algo, lo que sea, deja de servirnos en cuanto creemos que ya no tienen sentido para explicar los problemas actuales y para encontrar soluciones válidas.
Sin ninguna duda ha sido la izquierda la que peor ha sabido adaptarse a los cambios, sobre todo porque no han sido organizados por ella. Y no hemos entendido bien de qué va todo esto.
Tras los movimientos de las diversas Primaveras Árabes o de España y Francia, alguien debió pensar que se tenía que cambiar con rotundidad el Sistema pero sin que nadie se diera cuenta del cambio.
No era fácil consentir para ellos que representan el Poder Escondido, que en cualquier momento los jóvenes árabes, españoles o franceses decidieran alzarse en la calle contra lo establecido. Había que inventar o potenciar los sistemas de reacción a las reacciones.
Y está dando sus frutos todo aquello que se hizo sin decirlo, a escondidas dentro de los Grandes Despachos, y ahora nos sentimos huérfanos de soluciones propias, porque la sociedad en realidad lo que busca no es a través de qué ideología o de qué partido político le ofrecen las soluciones, sino si estas parece posibles y válidas.
Y como todas ellas son a medio o largo plazo, nunca sabemos —cuándo debe saberse— si realmente son posibles. Con que lo parezca ya es suficiente. No somos tontos, es que simplemente nos envuelven los regalos en papeles muy bonitos.
Ya casi nos han convencido de que no existen las derechas y las izquierdas, o van camino de ello a velocidad de crucero. Las máquinas políticas del Poder siguen ancladas en un bipartidismo falso, pues no se trata de que haya dos opciones políticas diferentes, sino de que esas dos opciones sean siempre las mismas.