Ya hablé en otro artículo sobre la conexión entre Aragón y África y Goya y el primer Nobel de literatura africano, el nigeriano Wole Soyinka. Ahora sigo hablando de este continente tan cercano para España, pero tan desconocido si exceptuamos los temas que presiden las noticias diarias y que no son otras que emigración, guerra, enfermedades, golpes militares... No digo que no existan, aunque existen tantas ideas prejuzgadas, generales y, por qué no decirlo, estúpidas sobre África que será necesario hacer un reseteo de nuestra mente sobre la imagen tópica y típica que se tiene del mismo.
Hace unos días terminé de leer la novela, Cobrar por estar de pie. El escritor, Gauz, es de Costa de Marfil. Si soy sincera, más que una novela, con acción principal y acciones secundarias o personajes redondos y planos, es un diario sociológico que, a través de anotaciones y digresiones, cualquier emigrante podría haber relatado o escrito de cómo vive y siente cuando intentan integrarse en esta Europa cada vez más dual y polarizada.
Pero aparte de gustos literarios o críticas que cada cual hace de lo que lee, en esta novela, Gauz, nos descubre un África que nada tiene que ver con los tópicos que tenemos del continente. Sí que merecería una novela propia el personaje que es la madre de uno de los personajes. La madre de Ossiri es una socióloga formada en Francia que, cuando regresa a su país, se niega a vestir con las telas coloridas que los occidentales identificamos como señal propia de los africanos. Hasta este aspecto no es un elemento identitario, es una imposición de los colonizadores.
¿Y cómo llegaron a este punto? La explicación es un buen ejemplo del capitalismo en ciernes que ahora nos devora salvajemente a costa de una degradación medio ambiental y humana. Cuando desde América el algodón invadió las hilanderías de Europa y había saturación de esta materia sin tener salida pensaron en África. Ahí tenían una gran cantidad de personas desnudas, llamémosle así, porque así debieron de pensar las ¿mentes puritanas y civilizadas? de los europeos que no podían dejar de cubrir esos cuerpos demasiado libres en cuando a la proporción de carne que exhibían.
Fue así como llegó la sobreabundancia de algodón en tierras africanas. Y fue así como se decidió vestirlos con colores llamativos a modo de bufones palaciegos que debían entretener y acompañar a reyes aburridos.
Me sorprendí al leer esto, porque creía que esas telas era un signo propio de los africanos. Pero de nuevo los colonizadores ganaban la batalla, como llevan haciendo desde hace siglos.
La madre de Ossiri lo dice muy bien en la novela: Las bodegas de los barcos se colmaron hasta los topes, a veces hasta el puente. Descargaron kilómetros y kilómetros de paño por todas nuestras costas; de Dakar a Nairobi, del Cairo al Cabo. La propaganda del fuerte encuentra siempre el eco en la sumisión del débil. Africanos y africanas adoptaron y adaptaron el paño como si hubiera existido de esa forma desde siempre. Africanos y africanas se pusieron a cubrir sus hermosos cuerpos con esas telas de origen vergonzoso y de dudoso gusto. La culminación ridículamente coloreada del ciclo infernal de la humillación de los negros que comenzó desde la esclavitud.
Cuando hace unas semanas estaba esperando el autobús en una de las vías principales del barrio de Delicias, llegó una pareja de africanos endomingados. Ella, vestida con una colorida tela de amarillo fosforito con estampados azules y naranjas; él, al modo occidental con traje de tela satinada. Miré, con cierta ternura, a la muejr porque me dieron ganas de decirle: Quítate este vestido, porque no te identifica. Identifica a los explotadores de tus antepasados y por tanto de ti. No le dije nada, por supuesto. De haberlo hecho me habría tomado por una chalada. Así que, desde que leí la novela de Gauz, una cosa me queda clara: Nos queda mucho aún por saber y entender a África.
Los zaragozanos deberíamos darnos una vuelta por el barrio de Delicias, donde el 40% lo conforman inmigrantes y una buena parte africanos, para entender y conocer, sin engaños ni trampantojos, cómo son y cómo somos.
Olga Neri - 10/2021