Envuelvo y vuelvo al viaje hacia la Comunidad Valenciana tras digerirme parte de una tortilla de patata con cebolla del Mercadona que es una posibilidad bastante aceptable cuando no hay mucho tiempo. De pie, como no se debe comer nunca, excepto si eres muy necesitado. Pero con 65 años todo importa menos. Qué cómodos son los trenes y qué aventura es ir en bus por tierras de Tortosa sin saber si te van a premiar con una parada para mear. Es curioso el cómo tratan a los mayores los que solo les faltan unos pocos años. Vaciar el depósito es volver a vivir. Hacer un reset.
Los verdes de los campos ya están botella, se les ha escapado el brillo y amenazan querer convertirse en negros a poco que vayamos lentos y nos adelante la tarde que cada vez viene antes. Es septiembre.
En mi asiento de la derecha llevo a un joven de insultar por su belleza. No parece llegar a los 16 ó 17 años y tiene una figura esbelta y asquerosamente tersa. No entiendo de hombres, pero me miro la silueta de mi barriga y me entero entonces del mal que hace la cerveza en el largo tiempo. O los chorizos picantes con vino rosado de sabor. El caso es que seguro, este chaval no entiende de chorizos ni morcilla, pero se castiga con otras cosas que yo no uso. Somos de diferente generación.
La pantalla de mi iPad sigue totalmente rajada y me raspa al pasar el dedo por la S. Joder, la S, con lo mucho que se utiliza.