13.8.20

Cuatro micro cuentos para pasar el rato

Escuché la bala silbar a mi derecha, y justo me volví en el instante en el que creo más cerca estuvo de mi. Me dije: —esa bala ya no me mata. 
Y fue la última frase que me dije de pie… sin tener que ayudarme de alguien para levantarme.





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Observé la mirilla levantada y me pregunté sobre quién había estado observando. Pero todavía más me extrañaban los motivos que hubieran llevado no se todavía a quién… a mirar. 
Me levanté del sofá y me acerqué a ella muy despacio para no hacer el mínimo ruido, pues lo que menos deseaba era ser descubierto. Veía el común pasillo de entrada a mi piso, pero aun reconocido tenía su puntito interesante. 
Era ver una película de terror o un sueño de adolescente o una sorpresa inusual o simplemente ver sin ser visto. Era hacer de espía sin moverme de casa y saber que mientras yo estoy dentro, alguien puede estar fuera y al revés. 
Me dieron ganas de salir para verme, pero me di cuenta que aquello era imposible. Tengo que elegir sólo una de las dos posibilidades. 
Dentro o fuera. Ver o que te vean.




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Empezó a hacer tanto calor, y tan rápido me subía la temperatura por la cabeza que pensé enseguida que el lugar en donde me habían metido no iba a ser de mi agrado. 
No llevaría más de unos segundos cuando me rociaron de un líquido pegajoso y me añadieron unos polvos blancos por encima de mis ojos. Noté que me empujaban con una palo como queriendo asegurarse de que no me iba a salir de allí y el dolor que sentía en los ojos me obligaron a cerrarlos. 
Me dolía la cabeza de espanto y empezaba a dejar de sentir las patas, ninguna de ellas me respondía, y supe que aquellos iban a ser mis últimos momento de vida porque observe por un instante que mi cáscara se estaba volviendo roja, perdiendo mi gris natural. 
¡Joder la leche, qué mala suerte ser comestible!




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A mi me gustan las manzanas. Me da igual el color, porque pienso que todas saben más o menos igual. 
Pero ahora que lo pienso, si todas tienen un sabor parecido no entiendo muy bien como es que me gustan tanto; debe ser que me atrae su textura, su color, su tamaño, su facilidad para meterlas en la boca y estrujarlas con los dientes mientras sale un poco de su líquido interno y se desparrama por toda la boca como si fueran un bombón. 
Yo de haberlas creado desde la nada, les hubiera puesto las pepitas fuera, no sé, en una bolsita que permitiera evitarlas con facilidad. Pero no me tocó crearlas porque Dios fue antes que yo. 
Ahora que lo pienso, también es un logro positivo que vengan todas sujetas en un racimo. 
Las manzanas moscatel son las que más me gustan.