Por ese mismo motivo la comidas en los restaurantes nos las podrían dar hechas puré, las copas de vino ser tamaño chupito y los besos de no más de medio segundo de duración, para no estar perdiendo el tiempo. ¿El sexo? Tocar un poquito y a imaginárnoslo mientras seguimos caminando por la vida.
En nuestra capacidad para sufrir ataques de gasto programado y encima aplaudir tenemos ya ese consumismo desaforado. Más en menos, por menos… pero también para menos goce.
Pronto dejaremos de entrar a los bares a tomarnos una caña con los amigos, pues la podríamos comprar en una máquina por la acera, servida en vaso de plástico y tomarla mientras wuaseamos con no sabemos quién. Estamos más relacionados de nada, para nada, pero con más personas que tampoco saben con quien hablar o escriben.
Nos divorciamos en dos meses, cambiamos de coche cada año, de teléfono cada vez que aumentan los megas de la cámara de fotografía, de trabajo cada vez que el jefe se cansa de tu cara. Todo es mínimo, todo es para vagos, y ahora tras lograr saltarnos los anuncios y poder dar marcha rápida a los programas de televisión para no ver lo que no interesa, viene poderlo ver más rápido incluso aquello que nos gusta. ¿Ya hemos vendido el aburrimiento?
Nos divorciamos en dos meses, cambiamos de coche cada año, de teléfono cada vez que aumentan los megas de la cámara de fotografía, de trabajo cada vez que el jefe se cansa de tu cara. Todo es mínimo, todo es para vagos, y ahora tras lograr saltarnos los anuncios y poder dar marcha rápida a los programas de televisión para no ver lo que no interesa, viene poderlo ver más rápido incluso aquello que nos gusta. ¿Ya hemos vendido el aburrimiento?