Esta semana estuve por Madrid, una ciudad ya perdida para los madrileños que hemos convertido en un París, un Berlín o un Londres cualquiera por compra y venta, por copia y tontería. El turismo todo lo convierte en homogeneizado, en similar, en globalizado para mal. Las mismas tiendas, las mismas grandes y anchas avenidas, los mismos teatros, los mismos colores. En Madrid siguen quedando tascas tranquilas, pero hay que buscarlas como la Casa de las Torrijas. El resto es pollo frito o tapas de plástico de catálogo.
Lo peor de las grandes ciudades que se venden al turismo es que pierden a sus gentes. Madrid está lleno, y no de madrileños. Madrid está en muchas fechas tan saturada que no es posible entrar ni a los museos. Parece que todo lo vamos convirtiendo en un gran parque temático. Da igual si te apetece ver a Goya o a Picasso, el caso es que hay que ir al Prado o al Reina Sofía.
Así que hay que buscar museos pequeños, salas de siempre, exposiciones escondidas si se quiere ver algo con la tranquilidad de poder observar en silencio y como si te lo hubieran montado para tí solo. Parece un lujo de sibaritas, pero era algo común en otros tiempos, donde incluso comer se podía hacer en sitios típicos sin esperar filas.
Lo malo de turistear o tematizar toda una ciudad es que todo se vuelve caro, o al menos a precios europeos que son caros para los españoles normales. Cada vez que vuelvo al Mercado de San Miguel están mas caras las mismas cosas turistificadas. Caras y plastificadas. No sé si vamos por el buen camino, pero me da la sensación de que hay otros, y uno de ellos sería conservar más la originalidad propia.
Yo no quiero ir a Madrid e imaginarme que estoy en New York o en Roma. No quiero ver las mismas tiendas y los mismos escaparates, los mismos sabores y los mismos logotipos con luz en todas las grandes ciudades del mundo. Pero nos hemos dejado engañar.