Ahora que está de (mala) moda redescubrir a los franquistas, yo tuve en mi vida lateral a un franquista redomado que hacía alarde de una bandera inconstitucional en su bar de pueblo decorado con tricornios y fotos del dictador de militar. Era el único bar del pueblo y allí o ibas o no ibas, no existía término medio.
Era corto de entendederas y cazador furtivo consentido, criador de avestruces de las de verdad y conocedor de los territorios y terrenos como lobo casi solitario. No crecía en su pueblo una seta sin antes pedirle permiso. Pero si te dejabas mirar con sus ojos de filósofo de tierra y hierbas, era sonriente y audaz, simpático y nunca hacía proselitismo de su franquismo.
Yo creo que él se murió anclado en 1945 pero 70 años después y pensando que todos eramos tan franquistas como él. No tenía necesidad de ejercer de franquista, pues a su bar íbamos a comer cacahuetes y cerveza ya que no había otro entretenimiento a las tardes de noche.
Ayer me enteré que tenía una frase con la que dibujaba todo la filosofía de su vida y la de los que le querían escuchar. El “Barbas” era simple y sus sentencias también, pero muchas veces en la singularidad de la simpleza está contenido todo. Cuando se le hablaba de cualquier tema humano, un problema o una enfermedad, una mala relación o un amor desvariado, un sexo mal entendido o un cisma laboral, él siempre decía lo mismo: —”La vida y tal”.
En su ”La vida y tal” se contenía toda su filosofía existencial. Toda su mochila, toda su solución, todo su comprensión hacia los demás. Y no es poca cosa. Es en realidad una aceptación del todo. En aquel “tal” se contiene lo que se entiende y lo que no. Lo que pesa mucho y lo que simplemente sobrevuela. Lo fácil y lo imposible. La vida es un “tal” que a veces entendemos y a veces no, pero siempre es neutra, imposible de explicar con grandes discursos. Con un “tal” ya sirve.