Hoy en Fundación Telefónica Madrid he visto una réplica a tamaño real de una bomba atómica, que os diréis qué puñetera gracia tiene eso. Pues la tiene, ya que estábamos viendo las cosas que es capaz de fabricar el hombre y no siempre para bien. Pero vayamos a lo magro. La bomba atómica que es tres veces más potente que la lanzada en Hiroshima.
Es larga y tiene nombre, se llama la B61-12, supera los 3,6 metros de largo, pesa cuatro veces más que yo y lleva una cabeza nuclear (que no piensa) de unos 50 kilotones y es capaz de acertar en el blanco diseñado con una distancia de error de como mucho 30 metros.
La bomba no piensa, piensa los cabrones que la han inventado para matar.
Estará lista en el año 2020 y se podrá lanzar sobre un objetivo sin tener que estar sobrevolando por encima de él. Un "aquí te pillo y aquí te mato" pero a distancia.
Poco más de interesante tiene esta mierda.
¿Y esto es capaz de hacer desaparecer una ciudad entera como Zaragoza?, me he preguntado en silencio triste.
Somos capaces de fabricar lo más idiota que imaginarnos podemos, una “cosa metálica” capaz de destruir todas las cosas, y que mostramos en maqueta a tamaño real para que nos haga gracia.
Matar para dejar de matar. ¿Y el diálogo no sirve?
Ahora ya sabemos que no era necesario tirar en 1945 aquellas dos bombas atómicas sobre Japón para que este se rindiera. Que había otros condicionantes que se enmascaran, como determinar a quien debían rendirse los japoneses, por poner uno de ellos. Las extrategias ajenas a las vidas humanas siempre son más importantes a la hora de tomar decisiones.
Sabemos que ya tenemos más bombas atómicas de las necesarias para destruir el planeta, pero seguimos jugando a mejorarlas de tamaño o de mortalidad. Hoy las guerras son mucho más ambiguas y escondidas, más de laboratorio de todo tipo, menos de balas y bombas, pero hay que hacer creer a los militares que ellos son imprescindibles para ganar o perder. Para que no se cabreen.