Nosotros tenemos que ser los más feroces jueces de nosotros mismos, pues somos los únicos capaces de cambiar nuestras formas y modos.
Es posible que nuestro cristianismo tan ferozmente metido en la sangre, muchas veces sin darnos cuenta, nos haya convencido de que al final será San Miguel quien nos pesará y medirá y quien por ello nos juzgue como si hasta entonces todo no hubiera tenido importancia. Lo malo es si al final descubrimos que San Miguel ni está ni se le espera.
¿Hemos hecho lo necesario para sentirnos bien con nosotros mismos? Pues eso es. Sólo eso.
Es posible que nuestro cristianismo tan ferozmente metido en la sangre, muchas veces sin darnos cuenta, nos haya convencido de que al final será San Miguel quien nos pesará y medirá y quien por ello nos juzgue como si hasta entonces todo no hubiera tenido importancia. Lo malo es si al final descubrimos que San Miguel ni está ni se le espera.
¿Hemos hecho lo necesario para sentirnos bien con nosotros mismos? Pues eso es. Sólo eso.